lunes, 13 de junio de 2011

El suicidio asistido de Peter Smedley

Junio 13, 2011.
Hoy, en la clínica suiza “Dignitas”, fue asistido un hombre, llamado Peter Smedley, desahuciado, para morir dignamente. Esto, en sí, no debería ser una noticia relevante, puesto que el suicidio asistido se practica todos los días en todo el mundo, de manera legal o clandestina. El caso tuvo relevancia porque el suicidio asistido de Peter Smedley fue trasmitido en vivo por la cadena británica BBC.
Muchos condenan la eutanasia y el suicidio asistido, están en su derecho. Tal y como están en su derecho quienes deciden poner fin a su vida para no pasar por una larga agonía. Hay quienes prefieren prolongar su muerte (no su vida) y hay quienes prefieren lo contrario.
Los activistas anti-suicidio asistido y anti-eutanasia no terminan por entender que se trata de una decisión personal. Una decisión que, por cierto, no es contagiosa. El suicidio de una persona, asistido o no, no induce suicidios. Hablo específicamente de suicidio en personas desahuciadas sin calidad alguna de vida.
Esperamos que pronto llegue la cordura, en todas partes del mundo.
Dr. Ricardo Perera Merino

lunes, 6 de junio de 2011

Junio 06, 2011.

LA BUROCRACIA MÉDICA


(Cuarta parte y última)

    La enfermedad es la razón por la cual hay servicios de salud en todos los países, también la única razón por la cual existen enfermos y médicos. Idealmente, los miembros de una sociedad son personas sanas. Todos están sanos, siempre. Ocasionalmente alguna persona enferma. Cuando así sucede acude con un experto en curar enfermos y, por las acciones atinadas de éste, recupera su salud. Si la enfermedad adquirida es incurable, esa persona muere. La persona que enfermó, y fue curada, paga al médico por sus servicios. Si muere, los honorarios los pagan sus familiares.
     En este planteamiento ideal la relación se da entre dos personas: un enfermo y un médico. No intervienen otros miembros de la sociedad, ni se necesita de su intervención. El binomio enfermo-médico es puro.
     Pero la realidad es muy distinta. En toda sociedad existen muchos enfermos. Por tanto, se requiere de muchos médicos. No hay una sola enfermedad, hay muchos tipos de enfermedades que requieren de diferentes tipos de tratamiento y la intervención de diferentes especialistas. Muchos enfermos necesitan ser manejados en instalaciones especiales y ser estudiados con el auxilio de procedimientos que facilitan el diagnóstico. El binomio enfermo-médico deja de ser puro, porque en la relación entre uno y otro intervienen ya diversas y muy disímbolas personas. La medicina Institucional atiende a derechohabientes. La medicina Pública atiende a quienes no están asegurados y no cuentan con recursos para recurrir a la medicina privada. Lo que sucede es que entra en juego la burocracia médica. Se crea un enorme aparato burocrático alrededor del binomio enfermo-médico, y ese aparato burocrático llega a ser más importante que el binomio. La relación entre el paciente Juan Sánchez y el médico Pedro López es aplastada por el aparato burocrático, del cual Pedro López pasa a formar parte.

Cuando usted entra al consultorio para ser atendido por un médico burócrata (me refiero a los buenos médicos burócratas), percibirá en él indiferencia. Muy pocos se mostrarán agresivos, y también muy pocos se mostrarán amables. La indiferencia es una constante, pero no implica, de ninguna manera, que usted será mal atendido. Es posible que el médico casi no lo mire y podría dar la impresión de que no escucha lo que usted le está diciendo. Puede estar seguro que escuchó todo. Le hace pocas preguntas y le practica una exploración que parecería insuficiente. Después le extenderá una receta. Puede darse el caso de que no le recete nada, sino que elabore una orden para exámenes de laboratorio o gabinete, le extienda una orden de internamiento o bien que le dé un pase para que consulte a otro médico. Es posible que la consulta haya durado entre diez y quince minutos.
     A usted no le agrada ese tipo de relación médico-paciente. A él tampoco. Usted esperó dos o tres horas para pasar con él. Durante ese tiempo él se ha pasado dos o tres horas atendiendo a personas como usted, y seguramente seguirá haciéndolo durante las siguientes cuatro horas. Usted y él están desfasados, no se entienden, mejor dicho, ninguno entiende las necesidades sentidas del otro. Usted necesita que lo escuchen, comprendan, reconforten. El médico sabe que debe dar una solución al problema que usted va a plantearle, pero necesita hacerlo de la manera más breve posible. Usted necesita que le dediquen un poco de tiempo, el médico necesita tiempo para atender a todos los que esperan afuera. Usted quiere estar un buen rato en el consultorio, el médico quiere lo contrario. Estamos hablando de un médico que, aunque se muestre indiferente ante usted, tratará de dar una solución profesional a la enfermedad por la cual es consultado. Con frecuencia usted no se percata de que así fue, puede darse el caso, incluso, de que usted no haga caso de sus recomendaciones.
     Si usted presenta cualquier tipo de urgencia, este tipo de médico no lo pasará por alto. Ordenará su internamiento o solicitará una consulta, de inmediato, con un especialista. Pero al médico no le interesa que usted, que consulta por un cuadro de infección intestinal, empiece por contarle que de niño le quitaron las anginas y de joven tuvo una fractura de tobillo. Tampoco le interesará escucharlo decir que la enfermedad que tiene empezó por un coraje que hizo con una vecina rijosa y grosera.
     La relación médico-paciente en la medicina burocrática no tiene nada de ideal. No se puede juzgar con base en planteamientos ideales. Por supuesto que no se puede ni debe aceptar que devenga en una relación irrespetuosa por alguna de las partes, o negligente e ineficaz por parte del médico. En algunos casos se da una buena relación en el sentido de que puede surgir comprensión, confianza, agradecimiento, etcétera. Pero la realidad en la mayoría de los casos es otra: no hay relación médico paciente. Hay consulta de un enfermo a un médico. Y esa consulta debe poner en marcha ciertas acciones que beneficien al enfermo, todas las acciones que sean necesarias. Ni una más, ni una menos.
La gran mayoría de los médicos que usted consulta, particulares o burócratas, se formaron en instituciones médicas burocráticas. ¡Excelentísimas instituciones médicas! No me refiero a las universidades donde cursaron parte de sus estudios porque tales centros de enseñanza no deben considerarse, académicamente, burocráticos, aunque estén repletos de burócratas. Hablo de hospitales en los que los médicos se formaron durante una buena parte de su etapa universitaria y, posteriormente, como médicos generales o como médicos especialistas.
          La incongruencia estriba en que instituciones  médicas burocráticas que son generalmente condenados por su mal trato y servicio, hayan preparado a los grandes médicos del país. Lo que es más, que tales médicos, excelentes,  y que trabajan en tales instituciones, sean muchas veces la causa que origina la condena y el malestar. Pero lo que resulta menos entendible, es que tales centros hospitalarios siguen siendo, sin lugar a dudas, la vanguardia de la medicina mexicana. ¿Qué está sucediendo?
          Como ya vimos, sería demasiado simplista argumentar que el médico está descontento porque considera que no se le paga lo que es justo para el trabajo que desempeña. Esta es una razón muy real, pero que no explica por sí misma el fenómeno ni justifica que un médico preparado se comporte de manera negligente ante un enfermo que lo necesita y que espera de él, por lo menos, capacidad y eficiencia, por no mencionar interés y humanismo: virtudes que han desaparecido poco a poco.
     El médico burócrata común es un neurótico. Entiendo que en nuestro mundo sólo hay dos tipos de personas : los que reconocemos ser  neuróticos y los que creen que no lo son. Para simplificar podemos decir que la neurosis es un estado que surge cuando existe una incongruencia entre nuestro mundo interior (el que imaginamos) y la realidad. Erich Fromm nos dice: “en la neurosis de un individuo podemos tomar como punto de partida el contraste que se nos ofrece entre la persona y su medio ambiente, que suponemos que es ‘normal’”. Esta es una incongruencia ecuménica, eterna e inevitable. Quien la acepta y maneja adecuadamente, o lo intenta, es una persona normal, o, me atrevo a decir, es un neurótico normal, leve, que pasa desapercibido. Pero muchos no aceptan esa incongruencia y entonces hacen, o intentan, algo imposible: luchar contra la realidad; pelear, en el tema que nos ocupa, contra la burocracia a la que pertenecen y de la que son actores principales. Se sienten extraños por esa pertenencia a, y esto tiene un nombre: “enajenación”. Fromm define la enajenación como: “un modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Podría decirse que ha sido enajenado de sí mismo”. Y añade que:  la burocratización es uno de los fenómenos más significativos de una cultura enajenada. Tanto la administración de los grandes negocios como la del gobierno la realiza una burocracia. Los burócratas son especialistas en la administración de cosas y de hombres. Debido a la grandeza del aparato que hay que administrar y a la consiguiente estratificación, la relación de los burócratas con las personas es una relación de enajenación total ... Los burócratas son tan indispensables como las toneladas de papel que se consumen bajo su dirección”.
         ¿Qué hacer ante este panorama que es desalentador? Mi respuesta inmediata es: tolerarlo, adaptarse. Las toneladas de papel que nos rigen no van a disminuir ni a modificarse para bien. La misma burocracia quiere modificarse, pero no puede. El mando lo tienen el contenido de los archivos, de las computadoras, de la papelería infinita que dejaron los muertos y que complican con constancia imperturbable los vivos.

Dr. Ricardo Perera Merino

viernes, 3 de junio de 2011

"El Doctor Muerte"

Junio 03, 2011.

MURIÓ JACK KEVORKIAN




Todo tiene su momento y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir.
Eclesiastés 3, 1-2.
Hoy, junio 03 del año 2011, a los 83 años de edad, murió un hombre ejemplar, un médico valiente: Jack Kevorkian.  El doctor Kevorkian padecía de cáncer hepático y de insuficiencias renal y hepática.
            Mucho se ha hablado, durante más dos décadas, del doctor Kevorkian. La prensa mundial lo llamaba “El Doctor Muerte”, debido a que fue pionero  y defensor incansable del “suicidio asistido” en personas desahuciadas y sin calidad alguna de vida. De esta manera, actuando al margen de la ley, y sin haberlo negado jamás, ayudó a más de cien personas desahuciadas a morir dignamente. Los grupos que se oponen a dicha medida, ¡personas sanas!, lo calificaron de infame y protagónico y hasta elaboraron un perfil de su personalidad que lo mostraba como un individuo obsesionado con el acto de morir. Nada más falso.
            En noviembre de 1994, Jack Kevorkian aceptó presentarse en un documental televisado por el canal Discovery, en toda la unión americana , y que se tituló: “The Suicide Machine”. En dicho programa se analizaron exhaustivamente, a la luz pública, los hasta entonces 20 casos de suicidio voluntario asistidos por él. En todos los casos quedó plenamente demostrado que los 20 pacientes se encontraban en la fase terminal de un padecimiento incurable, que solicitaron voluntariamente la asistencia de Jack Kevorkian y que la ciencia médica no podía hacer nada por revertir esa situación.    
Jack Kevorkian fue llevado en cuatro ocasiones a la corte en su estado natal: Michigan. En las cuatro ocasiones fue absuelto. Los pacientes desahuciados que piden la muerte, en todas partes del mundo, lo consideran un héroe y todos cuantos tuvieron una relación cercana con los enfermos desahuciados a quienes Kevorkian ayudó a morir, guardan hacia él una genuina gratitud. En 1999, el grupo de los “oposicionistas” logró que fuera condenado a ocho años de prisión por “homicidio en segundo grado”. En esa ocasión el doctor Kevorkian asistió en su muerte a un hombre de 52 años que padecía de esclerosis lateral amiotrófica. Ese hombre pidió a Kevorkian que lo ayudara a morir con dignidad.
            Muchos de los casos de suicidio asistido por Jack Kevorkian, tuvieron lugar antes de que Oregon se convirtiera en el primer estado de la unión americana en el que se legisló favorablemente en relación con el suicidio asistido. Esto sucedió a fines de la década de los años noventa. Hace dos años, en el 2009, se votó en el estado de Washington la ley que lo aprueba.
            El mundo de los pacientes desahuciados que sufren agonías prolongadas está hoy de luto. Sin embargo, la labor incansable de Jack Kevorkian ha rendido frutos en diferentes partes del mundo. Esos seres que sufren ya no están solos. El grito de Jack Kevorkian despertó al mundo entero. Descanse en paz Jack Kevorkian, ese hombre grande, ese gran médico,  cuya labor titánica será reconocida muy pronto como una gesta heroica.
Ricardo Perera Merino.

miércoles, 1 de junio de 2011

    

Junio 01, 2011.

LA BUROCRACIA MÉDICA


(Tercera parte de cuatro)
Algunas personas administran rigiéndose por las normas, a pesar de no saber quien estableció las normas e incluso sin conocer dichas normas.
(Tomado de las Leyes de Murphy)
 El médico burócrata es controlado por una reglamentación específica, rígida e ineficaz, que fue diseñada por personas, vivas o muertas, que no saben nada de medicina ni de la problemática que enfrenta todos los días cualquier médico burócrata, o bien fue diseñada por personas, médicos o no médicos, que están honestamente convencidas de que sus normas son magníficas. El mejor ejemplo que puedo dar al respecto es la consulta externa en el IMSS, que se imparte desde hace cinco décadas bajo el obsoleto e “intocable” Sistema Médico Familiar. Sistema inflexible en el que se imponen médicos a los derechohabientes, que imposibilita que la consulta sea expedita y eficiente, y por culpa del cual las cargas de trabajo entre los médicos son, día tras día, terriblemente desiguales.
El médico burócrata tiene un patrón: el gobierno, o una Institución que para el caso es lo mismo, que está por encima de él y del paciente. Es al gobierno a quien el médico debe ofrecerle ciertos resultados esperados. Debido a que son “enganchados” mediante un contrato colectivo de trabajo, todos los médicos burócratas reciben, salvo por el concepto de antigüedad, un salario idéntico. La remuneración no tiene nada que ver con la capacidad del médico. El bueno, el malo y el peor ganan lo mismo.
Desde el punto de vista profesional, es decir, en lo que se refiere a preparación y capacidad, no hay  diferencia entre un médico burócrata y un médico que ejerce la medicina privada. La gran diferencia es que el médico burócrata es un empleado público que trabaja en el sistema de salud. Y de esta diferencia se derivan ciertas realidades inevitables:
     l. El patrón del médico particular es el paciente. El patrón del médico burócrata es el gobierno.
     2. El médico particular gana de acuerdo al número de pacientes que atiende. El médico burócrata gana un sueldo fijo.
     3. El médico particular debe ganarse la clientela. Al médico burócrata le dan una clientela.
     4. El médico particular debe rentar un consultorio, pagar una secretaria, una línea telefónica, comprar batas, algunos aparatos básicos para la consulta, mobiliario de consultorio y sala de espera, mandar a hacer recetarios y comprar un bolígrafo. Al médico burócrata le dan todo eso y además no necesita teléfono.
A los médicos nos gusta mucho nuestra profesión. La actividad que desempeñamos tiene que ver con la vida y con la muerte, con personas enfermas que sufren, que están en peligro y que pueden ser salvadas o aliviadas. La profesión médica regala satisfacciones muy grandes, también frustraciones y pesares. Esto no nos lo da, ni quita, la burocracia; depende de nuestro desempeño, de nuestra preparación y eficiencia. De hecho, la motivación está en nosotros mismos. Lo que sí sucede es que la burocracia médica se encarga, muy puntual e ininterrumpidamente, de llenarnos el camino de piedras. Por esta razón, y por otras, el médico burócrata es, por lo general, un médico descontento. Una de las causas, muy obvia, es que gana poco. Sería más propio decir: siente que gana poco para el buen trabajo que realiza. Si consideramos únicamente a los “buenos médicos burócratas” debemos aceptar, en principio, que tienen razón. Los malos médicos burócratas no devengan el sueldo que les pagan. Pero el asunto no es tan sencillo. Para empezar, los médicos burócratas saben y aceptan que no pueden pagarles más. ¿Hay, entonces, otro factor que influye en su descontento, en su malestar? Sí. Ellos saben que su buen desempeño es ignorado por la burocracia médica y eso no les importa mucho, pero también saben, y esto es lo importante, que también ignoran su buen desempeño los enfermos que ellos tratan, alivian o salvan. El médico burócrata, bueno o malo, es un número.
¿Aliviar a un enfermo y salvar la vida a un paciente grave no es un motivo suficiente de satisfacción? Por supuesto que sí, es “el motivo” por antonomasia. Sin embargo, somos humanos.
            El doctor Federico Morales Montes de Oca, médico doblemente burócrata (IMSS, Servicios Médicos del Departamento del D.F.) cirujano notable y responsable como el que más, le abrió el tórax en el Hospital de Urgencias XOCO a un jovencito de 17 años, al que, treinta minutos antes de llegar al hospital, le sorrajaron un balazo por la espalda. Era la madrugada de un sábado. El proyectil le atravesó el ventrículo izquierdo del corazón. Federico Morales abrió la caja torácica con un movimiento preciso, magistral, metió el separador, aspiró la sangre que ocupaba todo el hemitórax izquierdo, se percato de las lesiones y  las ocluyó en un santiamén con los dedos pulgar e índice de su mano izquierda. Toda la maniobra requirió poco menos de siete minutos. Después, con calma, reparó exitosamente los dos orificios. Veinticuatro horas después, cuando el jovencito estaba fuera de peligro, sus familiares se lo llevaron a un hospital privado de mucho renombre. En ese hospital sólo lo vigilaron, retiraron los puntos de sutura y cobraron mucho dinero. El material de sutura para cerrar los orificios del corazón los pagó el doctor Federico Morales de su bolsillo, también el instrumental especial que utilizó para operar. El joven herido de muerte, quien ya debe ser padre de familia, ignora el nombre del médico que le salvó la vida practicando una cirugía de altísima escuela. No le vio nunca la cara. Quien era Director General de los Servicios Médicos del Departamento del D.F (década de los 80s), no supo que se practicó esa cirugía en uno de “sus” hospitales. Quien era Director de Xoco tampoco, o lo supo y ni siquiera se enteró de la grandeza implícita. Él luchaba en ese entonces, denodadamente, por ser secretario general de la rama 13 del Sindicato Único de Trabajadores del Departamento del Distrito Federal.
         Federico Morales se jubiló hace años. Trabajó durante treinta años en los Hospitales de Urgencia LA VILLA y XOCO, en turno nocturno de fin de semana. Operó a más de 700 pacientes graves. Tal vez una docena de éstos saben de su existencia; la mitad de ellos, o menos, sabe su nombre. Actualmente, ya viudo, viejo, pero fuerte y sano, vive en una pequeña ciudad de Veracruz, donde pasa sus últimos años cuidando y disfrutando de los nietos que le regaló una hija.
         Cuando Federico se jubiló me mostró el reconocimiento que le dieron por trabajar 30 años en los Servicios Médicos del Departamento del D.F. Fue un bono de 5 mil pesos y un diploma. Federico Morales sonreía entre triste y burlón. Unos años después fui a la “Ceremonia” en la que nos otorgaron un reconocimiento a quienes cumplimos 30 años de antigüedad (yo tenía 34, pero solo se da un  diploma a los 30). Se trataba del ridículo bono y del mismo Diploma. Lo tengo frente a mí, mientras escribo estas líneas. Se trata de un cartón amarillento tamaño carta, impreso en formato horizontal. El Diploma me recuerda la risa triste y burlona de Federico Morales. El documento dice: “En el (sic) cumplimiento de la ley de premios y estímulos y recompensas civiles, se otorga el presente DIPLOMA a: Fulano de Tal por 30 años de antigüedad al Servicio de los Ciudadanos del Distrito Federal. En la “Ceremonia” que me tocó a mí, nos entregaron el mismito diploma a veintidós trabajadores. Había afanadoras, enfermeras, empleados administrativos, una trabajadora social y dos choferes de ambulancia. El único médico era yo. Recordé las palabras de Federico cuando me mostró su diploma:
         - ¿Te fijas que dice: a Federico Morales Montes de Oca y no: al Doctor fulano de tal? ¿Te fijas que dice por 30 años de antigüedad al Servicio de los Ciudadanos del Distrito Federal y no por 30 años de antigüedad trabajando como cirujano en los Hospitales de Urgencia?
         Federico rompió delante de mí su diploma. Yo lo conservé porque sabía que algún día podría necesitarlo (para describirlo). Cuando termine de escribir esta entrega lo voy a fotografiar y luego lo rompo.
         Federico Morales vivió una vida plena como cirujano. Su tesoro, son 700 casos operados con éxito. La burocracia médica no hizo mella en él. Sólo en un hospital público se puede tener esa experiencia formidable. Ésa es la riqueza inmensa que nos ofrece la medicina pública. No cambiaría por nada el trabajo que tuve la oportunidad y fortuna de realizar en tales hospitales, a los que califico como pobres y ricos, inhumanos y heroicos. Son hospitales que precisan de ayuda, porque el servicio que prestan debería llenar de orgullo a una ciudadanía que desconoce todo sobre ellos y que, incluso, los desprecia o los denosta.  
La burocracia médica no hace mella en muchos médicos burócratas, pero la mayoría de médicos burócratas se tornan apáticos, se quitan de encima el trabajo, aguantan 30 años esperando jubilarse, disfrutan su ridículo bono, enmarcan su diplomita y lo cuelgan en un lugar privilegiado de su casa o de su consultorio.
Imagino la cara de un centro delantero, estrella de la liga mayor futbol, si, al retirarse luego de obtener quince títulos consecutivos como el mejor goleador de la liga, le dan un diploma o constancia que diga: “Como reconocimiento a quince años dedicados a divertir a los habitantes de ciudades donde hay canchas deportivas”.
Concluyo: La burocracia manda, dirige, estipula, exige e ignora. La burocracia es nuestra patrona, nuestra guía, la fuente de nuestro descontento. La burocracia es la madre amorosa de los mediocres, la madre indiferente de los buenos. La burocracia es la chingona, y es la chinga.        
Dr. Ricardo Perera Merino

jueves, 26 de mayo de 2011

Mayo 26, 2011.

LA BUROCRACIA MÉDICA


(Segunda parte de cuatro)
Aquellos que pueden, hacen. Aquellos que no pueden, enseñan. (Ley de H.L. Mencken) Aquellos que no pueden enseñar, administran. (Extensión de Martin)

Existe la creencia, el sentimiento popular, de que “médico burócrata” es sinónimo de apatía, desinterés y hasta de incapacidad y negligencia. Esto es falso. No niego que existan médicos burócratas que son merecedores de tales epítetos, pero una gran mayoría de los médicos que trabajan en un sistema burocrático son capaces, responsables y hasta heroicos. Como todo médico, el médico burócrata tiene que habérselas contra la enfermedad, el dolor y la muerte. Está preparado para hacerlo. El problema estriba en que tiene que enfrentar un problema mayúsculo: la burocracia.
El origen de la palabra burocracia es francés: bureaucratie, compuesta del sustantivo francés bureau que significa escritorio y del sufijo griego -kratos que entra en la formación de palabras que tienen un significado de fuerza, de autoridad, de dominación. Podemos decir que la burocracia es la fuerza, autoridad o dominio de quienes trabajan tras un escritorio. Literalmente, la burocracia es el conjunto de los empleados públicos, pero tiene otras acepciones: administración pública, influencia excesiva de los empleados públicos, exceso de normas y papeleo que complican o retrasan la resolución de un asunto.
Un burócrata es un empleado público, a quien también se le da el nombre de funcionario público. Se trata de quien funciona para servir al público, sin importar su jerarquía. Max Weber (1860-1920), quien fue un estudioso de la estructura y principios de la burocracia, describió las normas en que se fundamenta ésta:
     1) Los burócratas están organizados bajo una jerarquía de mandos.
     2) Los burócratas son remunerados mediante un sueldo y no reciben gratificaciones por servicios.
     3) La autoridad de los burócratas proviene de su cargo y es determinada por éste.
     4) El nombramiento de un burócrata se hace en base a méritos probados, no a recomendaciones.
     5) Las decisiones se toman de acuerdo con reglas estrictas preestablecidas.
     6) Las burocracias actúan mediante la aptitud técnica y mantienen un registro de sus actuaciones.
     Ni qué decir que don Max Weber, quien soñaba con que la burocracia se extendiera al mundo entero (lo cual sucedió), no fue burócrata, no sufrió las calamidades de la burocracia y jamás imaginó lo que llegaría a ser. Él fue un hombre estudioso inteligente, honesto y confiado, pero la burocracia actual lo hace aparecer como un gran iluso.
     Es obvio, que los burócratas también forman parte del pueblo y que la burocracia está también para servirlos. Sin embargo, la burocracia ha trascendido a los burócratas. La burocracia es un ente que ha surgido de leyes, normas, procedimientos, reglamentos, restricciones y autorizaciones. La burocracia es un engendro abstracto surgido de papeles, de líneas escritas y de firmas. Este engendro es más poderoso que sus creadores, más importante que las leyes; es intocable, invencible, invisible. Lo que es más, es inmortal. Hoy, en este momento, podrían fallecer simultáneamente todos los burócratas sin que la burocracia siquiera se despeinara. Quienes ocuparán los puestos dejados por su predecesores son instantáneamente controlados y dominados por papeles firmados por muertos, quienes a su vez obedecieron ciegamente los papeles firmados por otros muertos, no sin antes plasmar su firma en alguna variante de su creación, un nuevo inciso, un párrafo que innovará lo que sea, sin dejar de complicarlo. La burocracia es, podemos afirmar, una forma de administración, “por papeleo”, que se trasmite de muertos a vivos.
           Los “papeles”, su contenido, son “entes reales” autoritarios y exigentes. Para no ser calificados de déspotas aceptan ciertas modificaciones. Modifícame por aumento, pero no por reducción; no me simplifiques, complícame. Cámbiame de nombre, de forma, pero no de fondo. Puedes reducir mis incisos, pero complica los que me dejes. Si quieres, incluso limítame a un solo paso, pero nadie podrá resolverlo en menos de los seis meses que duraban mis treinta y siete pasos originales.
           En las normas básicas de Max Weber no se hace alusión alguna a los criterios que determinan el establecimiento de las jerarquías. ¿Dos niveles, cinco, treinta? ¿Por qué no basta con un Coordinador de Departamento? ¿Por qué éste tiene que contar con dos Subcoordinadores? ¿Por qué el Departamento de Quejas tiene que tener cinco oficinas y no una? ¿Por qué tiene que haber mensajeros para llevar papeles del primero al segundo piso? ¿Por qué a un funcionario público de cierto nivel jerárquico se le tiene que dar automóvil, gasolina, chofer, y teléfono celular? ¿Por qué un joven de 20 años que va a sacar pasaporte debe presentar, además de su cartilla de servicio militar en regla, su acta de nacimiento? ¿Puede hacer servicio militar, en México, un australiano? ¿Porqué a los “señores” senadores y diputados tienen que servirles agüita en su vasito lindas edecanes, de tersos y poderosos muslos, con ombliguera y minifalda? No pararíamos de hacer preguntas. Los protocolos son parte escrita o, no, de rigurosas disposiciones burocráticas, imprescindibles e inevitables.
La medicina pública y la medicina institucional son burocracias muy rígidas. Un médico burócrata es un empleado público en el área de la salud. Puede ser un médico magnífico, humano, amable, honesto y responsable. O todo lo contrario. Las variantes entre estos dos extremos son muchas. Lo que no varía nunca, para mal, es la burocracia médica. Cada norma que se implanta complica el trabajo del médico burócrata, y de todos los trabajadores que lo auxilian en sus tareas. Las normas burocráticas suelen provenir de personas, burócratas, que tienen muy poco conocimiento de las circunstancias que prevalecen o que de plano las desconocen. En el ejemplo que puse en mi entrega anterior, un “papelito insignificante” impidió que un médico pudiera sacar instrumental del hospital, pero voy a citar otro ejemplo.
En el hospital de urgencias donde trabajé más de 30 años se dictó una norma: “ningún trabajador podrá checar su tarjeta de entrada treinta minutos antes de la hora estipulada, ni treinta minutos después de la hora estipulada para la salida. De no respetarse lo anterior se considerará que el trabajador faltó al trabajo”. Si el horario del trabajador es de las 08 a las 15 hs. no podrá checar su entrada antes de las 07:30 ni marcar su salida después de las 15:30. ¿Cuál es la razón de lo anterior? Es la ocurrencia de alguien que trabaja tras un escritorio y que piensa que se consagró ideando tan inteligente medida. Por supuesto que el genio en cuestión se justifica diciendo que de esa manera nadie podrá llegar muy temprano, marcar su entrada, retirarse, irse a otro trabajo y regresar muy tarde para marcar su salida. Es muy improbable que un burócrata que entra a trabajar a las ocho de la mañana quiera llegar a las seis y media. Puede darse el caso, por ejemplo, de que un médico que entra a las ocho quiera llegar a las siete para preparar una clase o para pasar visita, antes de iniciar su consulta, a los pacientes que operó el día anterior. Ese médico puede estar pendiente del reloj e ir a checar su entrada a las siete cuarenta y cinco. Hasta aquí no hay problema. La entrada no es problema. ¿Pero qué puede suceder con la salida? Lo que voy a relatar puede darse en cualquier turno, pero me voy a referir a lo que me sucedía a mí, con frecuencia, en el turno nocturno. En el 95% de los casos que operaba se trataba de personas heridas por proyectil de arma de fuego. Los canallas no tienen horario para meter balazos. A ningún canalla se le ocurre pensar: “te voy a meter un tiro en el muslo a las dos de la mañana para que el médico que te va a operar, y que sale a las siete, tenga tiempo de terminar la operación y checar su salida antes de las siete treinta”. De modo que los tiroteos se dan, sin horarios estipulados, durante las veinticuatro horas del día. El joven balaceado llegaba al hospital a las cinco cuarenta y cinco digamos, una hora y cuarto antes de mi salida. Haciendo milagros podía tenerlo sobre la mesa de operaciones a las seis y media, y necesitaba entre dos y tres horas para reparar la arteria hecha añicos por un cuarentaycincazo. Por lo tanto, estaría checando mi salida entre las ocho y media o nueve y media de la mañana. En otras palabras, por trabajar horas extras me aplicaban una falta de asistencia y me descontaban un día de trabajo.
     ¡No!, exclama de inmediato la burocracia médica. Hay una solución. Al terminar la operación no cheque su salida, acuda a la oficina de personal, explique la situación, llene una hoja de incidencias y solicite una constancia de omisión justificada de salida, misma que corresponde al artículo 126 de las Condiciones Generales de Trabajo. La hoja de incidencias en cuestión debía llevar la firma del Asistente de la Dirección que estaba de turno. Como ese Asistente se retiraba puntualmente a las siete horas, debía esperar a la siguiente guardia (dos días después) para obtener su firma. Si lo anterior sucedía durante el último día del mes, mi tarjeta se iba, con la falta marcada, a las oficinas burocráticas centrales. En este caso había que hacer otros trámites, muy engorrosos y prolongados, para que me quitaran la falta y me restituyeran el día “no trabajado” unos dos o tres meses después, si bien me iba.
     ¿Qué sucedería si, respetuoso de la norma que fue dictada, a las siete en punto de la mañana un cirujano se quita los guantes y deja al paciente solo, sobre la mesa de operaciones, con su muslo abierto y su arteria deshecha? Pues sucede que antes de 24 horas ya está condenado a diez años de prisión por negligencia médica grave. Es obvio que ningún médico hace lo anterior, jamás. Pero entonces los médicos hacen otra cosa: hacen tiempo. A las cinco cuarenta y cinco de la mañana reciben al paciente, lo exploran minuciosamente, elaboran una magnifica nota médica de ingreso, dictan medidas para estabilizar el estado general y solicitan una batería de estudios de laboratorio y gabinete. Ellos saben que todo lo anterior no estará listo antes de las siete de la mañana. Les dejan el paquete a los médicos del turno matutino, de la misma manera que éstos se lo dejan a los del turno vespertino y los del vespertino a los del nocturno. Los que pagan por la barrabasada de la norma sin pies ni cabeza son los pacientes. La burocracia médica indujo un mal comportamiento. El médico burócrata malo se lava las manos, el médico burócrata bueno empieza a malearse, el médico burócrata ejemplar opera y prefiere su falta y su descuento a la monserga de trámites burocráticos enloquecedores.
Este es sólo un ejemplo, pero hay muchísimos.
Dr. Ricardo Perera Merino

sábado, 21 de mayo de 2011


Mayo 21, 2011.
LA BUROCRACIA MÉDICA

(Primera parte de cuatro)

Un memorándum no se escribe para informar, sino para proteger a quien lo redacta.
(Tomado de las Leyes de Murphy)

Se asegura que la burocracia es un mal necesario. Yo añadiría que se trata de una calamidad  y que, por lo que al ejercicio de la medicina se refiere, es una verdadera desgracia. No me refiero a los médicos burócratas, hablo claramente de la “burocracia médica”. Hay diferencias en esto, no muy sutiles por cierto. Exponer el tema de la burocracia médica no ofrece mayores dificultades, es fácil. La dificultad estriba en ser objetivo y esto implica no caer en exageraciones; tampoco pasar por alto lo que es significativo, o soslayarlo.
         Hay excelentes burócratas en todas partes, me refiero a personas que son muy profesionales y eficientes, pero por lo general, y en todas partes, un burócrata le cae mal a cualquiera, incluyendo a otros burócratas. Un burócrata de la Secretaria de Hacienda, por ejemplo, le cae muy mal a una burócrata del IMSS, y viceversa. Quien resulta insoportable es el burócrata, no la persona. Esta persona es simpática, agradable y amable cuando se le conoce en un bar, en una fiesta, en un viaje, en una tienda de autoservicio o en el Metro. No es Robustiana Talancón  la que nos cae mal y a la que quisiéramos ahorcar. No. Es la recepcionista del servicio de urgencias de la clínica Equis o del hospital Zeta la que es indiferente, desatenta e irresponsable. Y esa recepcionista, cuyo nombre ignoramos, se llama Robustiana Talancón.
         Un paciente descontento, o un familiar suyo, nos grita, a los médicos, ¡pinche burócrata irresponsable! Dejemos de lado si tiene razón o no, si su enojo, su furia, es justificada o no. Lo relevante es que el descontento, el coraje o la rabia se expresa gritando: ¡pinche burócrata! Y no: ¡pinche médico! Existe una animadversión social hacia la burocracia porque todos hemos sido víctimas, alguna vez al menos, de la indiferencia y maltrato burocrático. Los buenos médicos burócratas, porque también hay malos médicos burócratas, pagan el precio, siempre inmerecido, de esa animadversión. Existen médicos burócratas que deberían estar en la cárcel. También existen médicos privados que deberían hacerles compañía en la misma celda. Y existen médicos burócratas y médicos privados que son orgullo legítimo de la Medicina y su ejercicio.
         El tirano, el gran malhechor en la burocracia, es la “tramitología”, la reglamentación que sólo cambia para complicarse. Los burócratas se rigen por ella, la conocen al dedillo, de pies a cabeza. Cada requisito, que tiene como primera intención establecer un orden, puede ser utilizado por un burócrata con ese fin, o bien como pretexto para quitarse trabajo o para evadir responsabilidades. También, lo sabemos todos, como obstáculo para negar o retrasar un sencillo trámite. De un burócrata se puede prescindir, pero no puede prescindirse de la reglamentación ya creada. Ellas, las reglas o normas, son las que mandan, deciden y administran.
El problema del médico burócrata es la “burocracia”. Ese ente impersonal que, mediante papeles, memorándums y oficios todo lo domina, regula, dificulta, prohíbe, permite, acepta o niega. La burocracia es como un fantasma anónimo e invisible que pone un sello o no lo pone. Lo que es más, para que exista un sello debe existir un oficio, sellado, en el que se da cuenta de que dicho sello fue oficialmente aceptado, diseñado, manufacturado y puesto a la disposición del fantasma adecuado, uno con nombramiento y cuyas funciones están perfectamente especificadas en ciertas condiciones generales de trabajo elaboradas por fantasmas generalmente muertos hace décadas.
         Voy a relatar el caso de un bebé, femenino, que tenía ocho meses de nacida y que estaba muriendo. Padecía de un cuadro séptico grave. Su pequeño vientre parecía un globo. Fue internada el Hospital Infantil de Coyoacán, perteneciente a la Secretaría de Salud del D.F. Se trata de un hospital, como todos los pertenecientes a dicha Secretaría, muy pobre y a la vez muy rico, inhumano y a la vez heroico. En este hospital, pobre en recursos materiales, pero muy rico en recursos humanos, dos médicas pediatras, muy jóvenes, muy responsables y bien preparadas, se abocaron a intentar salvar a la pequeñita desahuciada. Era las tres de la tarde de un sábado del mes de octubre del año 2002. Cuando intentaban, como medida extrema, canalizar una vena en el cuello de la niña, lesionaron una de las dos arterias que nutren el cerebro. Se trató de una complicación frecuente en este tipo de casos y no siempre evitable. De cualquier manera estaba justificado correr el riesgo. Las dos pediatras trabajaban bajo condiciones de iluminación muy precarias. Se trataba de una lámpara de pie con un foco de 40 W. El “quirófano” era la sala de cunas. La “mesa de operaciones” era la cunita de la enfermita. De inmediato, una de las dos pediatras cohibió la hemorragia taponando con su dedo índice el pequeño corte que se produjo en la pequeñísima arteria de la bebita, y así permaneció, estoicamente, más de una hora. La otra doctora fue a comunicar el incidente a la joven doctora que fungía como Asistente de la Dirección los fines de semana. Las dos pediatras no estaban capacitadas para resolver la complicación porque no son cirujanas, ni tenían los medios para intentarlo en caso de que estuvieran capacitadas. La joven doctora burócrata, asisten de la dirección, que pudo haberse lavado las manos ante ese caso de desahucio, no perdió tiempo. Haciendo gala de una responsabilidad ejemplar se trepó a la ambulancia del hospital y ordenó al chofer que encendiera la sirena y “volara” al hospital de Urgencias XOCO. Al llegar habló con el Asistente de la Dirección de ese hospital, expuso el problema y le exigió ayuda. Necesitaba un cirujano. Eran las cuatro de la tarde y los dos cirujanos de turno estaban operando, pero alguien comentó que el cirujano vascular, cuyo turno empezaba a las ocho de la noche, había sido visto en el hospital y que en ese momento se encontraba, leyendo, en el descanso de médicos. Lo vocearon, acudió, y la joven asistente de la dirección del Hospital Infantil de Coyoacán lo puso al tanto de la situación. El especialista aceptó de inmediato trasladarse al Hospital Infantil de Coyoacán. Pidió al asistente de la dirección de XOCO que le proporcionara pinzas muy finas que forman parte del instrumental para cirugía vascular del hospital. Acudieron a la Central de Esterilización y Equipo, pero el Asistente de la Dirección no tuvo los tamaños para vencer el obstáculo que le puso la enferma auxiliar encargada de dicha central. Ésta le dijo que no estaba autorizada a entregar equipo que no fuera a ser utilizado en el nosocomio. Llamaron a la enfermera general, supervisora del turno y ésta mostró un memorándum firmado por la Jefa de Enfermeras y avalado por el Director del Hospital, en el que se especificaba que, por ningún concepto, se podría sacar instrumental. El asistente de la dirección no tuvo agallas. El especialista y la joven médica del hospital infantil se fueron sin el instrumental y material de sutura requerido. El médico llevó instrumental y material de sutura de su propiedad, fino, pero propio para operar adultos. Durante el breve trayecto de XOCO al Hospital Infantil de Coyoacán, la joven doctora dijo al especialista:
- No puedo creer lo que acabo de presenciar, doctor. Le negaron a usted instrumental y material indispensable para lo que pretende resolver. ¡Somos la misma Institución, doctor! ¿Qué pasa?, explíqueme porque no lo entiendo.
- Es la burocracia, doctora – le respondió el viejo médico - Nos paró en seco un memorándum y le faltaron pantalones a tu colega de XOCO. Teme perder la sillita de mando que le regalaron. Muchas veces por los memorándums y las reglamentaciones nos llaman “pinches burócratas”. Los que deben escuchar ese insulto son los que firman los memorándums. Ellos están en este momento en el cine o en una fiesta. No tienen idea de lo que tú estás haciendo ni de lo que están haciendo las dos pediatras de tu hospital. No se van a enterar nunca de lo que está sucediendo, ni les importa. Que esto no te desanime. Eres muy joven. Debes estar orgullosa por tu conducta. Sé así siempre y no cambies por nada.
         La doctora comunicó el lunes al Director del Hospital Infantil lo que había sucedido. Su respuesta fue la indiferencia. El asistente de la dirección de XOCO, el pusilánime, no reportó el incidente en la bitácora. ¿Por qué iba a reportarlo, si le faltaron pantalones y lo sabía? La pequeñita, que se llama Aurora, que tiene un ángel de la guarda y que estará por cumplir once años, salió adelante. Al viejo médico que fue a operarla le descontaron un día de su sueldo, porque regresó al hospital después de la nueve y media de la noche y no cumplió, por lo mismo, con lo que se ordena en otro memorándum firmado por quién sabe quién, quién sabe cuándo. Un memorándum que no admite componendas. “Modifícame y complícame, pero no me anules”.  De esta manera se van acumulando las órdenes de la burocracia. Es así como nos domina a todos y como nos rige. Los burócratas pueden morir, pero los papeles son inmortales.
Sobre este aspecto me explayaré un poco más en la segunda parte de esta entrega.
Dr. Ricardo Perera Merino

jueves, 19 de mayo de 2011

Ley de "Muerte Digna"

19 de mayo, 2011.

¡ENHORABUENA! El enfermo desahuciado, sin calidad alguna de vida y que sufre, no está solo. ¡Bravo por el Congreso de Guanajuato!, que aprobó la Ley de "Muerte Digna" para enfermos desahuciados, sin calidad alguna de vida y que sufren. Ojalá que en otros estados de la república se tome nota de esta decisión valiente, legítima, humana y justa.
     Morir es nuestro acto postrero; sobre él no tenemos ingerencia alguna. La muerte nos llega irremediablemente, pero hay casos en que la muerte se anuncia implacable, que nos acaba con dolor, con saña, sin prisa. Pero ... ¿estamos siempre, completamente, a su merced? No. Existe, en algunos casos que llenan requisitos médicos y legales precisos, la posibilidad de evitar una agonía que nadie desea. Quien toma la decisión de morir con dignidad debe ser respetado. Quienes, ancestralmente, se han opuesto a una muerte digna en casos de desahucio, son grupos de personas sanas. Esto no sólo es injusto, es incomprensible. Afortunadamente empieza a prevalecer la cordura.
     Séneca, el estóico, escribió, apenas iniciada la era cristiana: "Hay una gran diferencia entre que un ser humano esté prolongando su vida, o esté prolongando su muerte. Si el cuerpo es ya inútil para servir, ¿por qué no debería uno liberar un alma atormentada?

La Voz de los Médicos


Mayo 16, 2011.
Todos los días, en todos los rincones de la patria, la voz de médicos capaces y honestos se escucha en consultorios, salas de internamiento, aulas y quirófanos. Esa voz, la que pregunta
¿donde le duele?, es una voz segura, precisa y audaz. Esa voz ha determinado siempre, de manera responsable y sin dudas, iniciar o suspender tal o cual medicación; es la voz que ordena reposo o movimiento, la que analiza hallazgos y emite un diagnóstico, establece un pronóstico y sugiere un tratamiento. Esa misma voz anuncia una mejoría, el restablecimiento o la muerte.
     Ninguna voz que no sea de médicos debe entrometerse en acciones de asistencia, docencia o investigación médica. Sin embargo y desde siempre, muchas voces impostoras se han infiltrado en cuestiones ajenas a la medicina pero intimamente ligadas a ella. Esas voces impostoras han sentado sus reales para ordenar, dirigir y planificar la medicina institucional y la medicina pública. A este respecto, la voz de los médicos, nuestra voz, ha callado inexplicablemente. De tiempo en tiempo se escuchan voces médicas aisladas que disienten. Pocas voces que todas las voces dejan solas.
     ¿De quién son las voces impostoras y que es lo que ellas dicen?
     Son las voces de la
burocracia médica y esto no excluye a médicos, a muchísimos médicos. Son las voces de individuos o grupos que se han entrometido en el ejercicio de la medicina para promoverse politicamente. Esas voces neófitas son las que deciden cuántas consultas en cuánto tiempo y a qué hora deben impartirse y en dónde y cómo y a quién y por quién. Ellas deciden las partidas presupuestales y su prioridad y cuántas plazas sí y cuántas plazas no y cuál será el salario y que los contratros de trabajo sean colectivos para que ganen lo mismo el bueno, el malo y el peor.
     La voz de los médicos ya no se escucha. Nos llaman "apóstoles" como para alentar nuestro silencio. La voz de los médicos se va extinguiendo. A nuestro derredor crece un costosísimo ejército de burócratas sindicalizados. Ellos son nuestros "socios" de contrato colectivo. Ellos y nosotros, los médicos, somos, colectivamente: "trabajadores de la salud".
     ¿Trabajador de la salud? - pregunto con voz fuerte. ¿De modo que ya no soy médico? Ahora soy trabajador de la salud como lo son las señoritas que suben y bajan elevadores en las oficinas de la Secretaria de Salud o del Instituto Mexicano del Seguro Social? Tú yo somo iguales, Nacho. Yo, atendiendo la consulta, operando a los enfermos y manejando la unidad de cuidados intensivos. Tú, sentado frente al reloj checador pendiente de que yo marque en una tarjeta mi entrada y mi salida.
     ¡Sí!, grita Nacho y lo apoyan los impostores y conceden los mudos y aplaude el mecánico de la caldera, preocupado por el abceso hepático amibiano del paciente internado en la cama 107.
     La voz del los médicos debe volver a escucharse. Hay que poner a los impostores de la medicina en su lugar. Debemos gritar que el término "trabajador de la salud" ni nos define, ni nos engloba, ni aparece en nuestros títulos. Exijamos que la voz de los abogados se escuche en los tribunales o en menesteres que le sean propios. Que la voz de los economistas busque sanear la economía. Que la voz de los médicos que buscan promoción política salga de las Instituciones de salud y de los centros de asistencia y se vaya de campaña. ¡Que se larguen todos! y nos dejen a nosotros, a los médicos, médicos, ejercer la medicina, organizar las acciones asistenciales, terminar con la ineptitud, el mal servicio y el ya inaceptable dispendio grosero de recursos.
     No dejemos solas a las voces que no han callado nunca. Gritemos, porque nuestro grito es honesto, y porque es sabio.
Ricardo Perera Merino.