miércoles, 1 de junio de 2011

    

Junio 01, 2011.

LA BUROCRACIA MÉDICA


(Tercera parte de cuatro)
Algunas personas administran rigiéndose por las normas, a pesar de no saber quien estableció las normas e incluso sin conocer dichas normas.
(Tomado de las Leyes de Murphy)
 El médico burócrata es controlado por una reglamentación específica, rígida e ineficaz, que fue diseñada por personas, vivas o muertas, que no saben nada de medicina ni de la problemática que enfrenta todos los días cualquier médico burócrata, o bien fue diseñada por personas, médicos o no médicos, que están honestamente convencidas de que sus normas son magníficas. El mejor ejemplo que puedo dar al respecto es la consulta externa en el IMSS, que se imparte desde hace cinco décadas bajo el obsoleto e “intocable” Sistema Médico Familiar. Sistema inflexible en el que se imponen médicos a los derechohabientes, que imposibilita que la consulta sea expedita y eficiente, y por culpa del cual las cargas de trabajo entre los médicos son, día tras día, terriblemente desiguales.
El médico burócrata tiene un patrón: el gobierno, o una Institución que para el caso es lo mismo, que está por encima de él y del paciente. Es al gobierno a quien el médico debe ofrecerle ciertos resultados esperados. Debido a que son “enganchados” mediante un contrato colectivo de trabajo, todos los médicos burócratas reciben, salvo por el concepto de antigüedad, un salario idéntico. La remuneración no tiene nada que ver con la capacidad del médico. El bueno, el malo y el peor ganan lo mismo.
Desde el punto de vista profesional, es decir, en lo que se refiere a preparación y capacidad, no hay  diferencia entre un médico burócrata y un médico que ejerce la medicina privada. La gran diferencia es que el médico burócrata es un empleado público que trabaja en el sistema de salud. Y de esta diferencia se derivan ciertas realidades inevitables:
     l. El patrón del médico particular es el paciente. El patrón del médico burócrata es el gobierno.
     2. El médico particular gana de acuerdo al número de pacientes que atiende. El médico burócrata gana un sueldo fijo.
     3. El médico particular debe ganarse la clientela. Al médico burócrata le dan una clientela.
     4. El médico particular debe rentar un consultorio, pagar una secretaria, una línea telefónica, comprar batas, algunos aparatos básicos para la consulta, mobiliario de consultorio y sala de espera, mandar a hacer recetarios y comprar un bolígrafo. Al médico burócrata le dan todo eso y además no necesita teléfono.
A los médicos nos gusta mucho nuestra profesión. La actividad que desempeñamos tiene que ver con la vida y con la muerte, con personas enfermas que sufren, que están en peligro y que pueden ser salvadas o aliviadas. La profesión médica regala satisfacciones muy grandes, también frustraciones y pesares. Esto no nos lo da, ni quita, la burocracia; depende de nuestro desempeño, de nuestra preparación y eficiencia. De hecho, la motivación está en nosotros mismos. Lo que sí sucede es que la burocracia médica se encarga, muy puntual e ininterrumpidamente, de llenarnos el camino de piedras. Por esta razón, y por otras, el médico burócrata es, por lo general, un médico descontento. Una de las causas, muy obvia, es que gana poco. Sería más propio decir: siente que gana poco para el buen trabajo que realiza. Si consideramos únicamente a los “buenos médicos burócratas” debemos aceptar, en principio, que tienen razón. Los malos médicos burócratas no devengan el sueldo que les pagan. Pero el asunto no es tan sencillo. Para empezar, los médicos burócratas saben y aceptan que no pueden pagarles más. ¿Hay, entonces, otro factor que influye en su descontento, en su malestar? Sí. Ellos saben que su buen desempeño es ignorado por la burocracia médica y eso no les importa mucho, pero también saben, y esto es lo importante, que también ignoran su buen desempeño los enfermos que ellos tratan, alivian o salvan. El médico burócrata, bueno o malo, es un número.
¿Aliviar a un enfermo y salvar la vida a un paciente grave no es un motivo suficiente de satisfacción? Por supuesto que sí, es “el motivo” por antonomasia. Sin embargo, somos humanos.
            El doctor Federico Morales Montes de Oca, médico doblemente burócrata (IMSS, Servicios Médicos del Departamento del D.F.) cirujano notable y responsable como el que más, le abrió el tórax en el Hospital de Urgencias XOCO a un jovencito de 17 años, al que, treinta minutos antes de llegar al hospital, le sorrajaron un balazo por la espalda. Era la madrugada de un sábado. El proyectil le atravesó el ventrículo izquierdo del corazón. Federico Morales abrió la caja torácica con un movimiento preciso, magistral, metió el separador, aspiró la sangre que ocupaba todo el hemitórax izquierdo, se percato de las lesiones y  las ocluyó en un santiamén con los dedos pulgar e índice de su mano izquierda. Toda la maniobra requirió poco menos de siete minutos. Después, con calma, reparó exitosamente los dos orificios. Veinticuatro horas después, cuando el jovencito estaba fuera de peligro, sus familiares se lo llevaron a un hospital privado de mucho renombre. En ese hospital sólo lo vigilaron, retiraron los puntos de sutura y cobraron mucho dinero. El material de sutura para cerrar los orificios del corazón los pagó el doctor Federico Morales de su bolsillo, también el instrumental especial que utilizó para operar. El joven herido de muerte, quien ya debe ser padre de familia, ignora el nombre del médico que le salvó la vida practicando una cirugía de altísima escuela. No le vio nunca la cara. Quien era Director General de los Servicios Médicos del Departamento del D.F (década de los 80s), no supo que se practicó esa cirugía en uno de “sus” hospitales. Quien era Director de Xoco tampoco, o lo supo y ni siquiera se enteró de la grandeza implícita. Él luchaba en ese entonces, denodadamente, por ser secretario general de la rama 13 del Sindicato Único de Trabajadores del Departamento del Distrito Federal.
         Federico Morales se jubiló hace años. Trabajó durante treinta años en los Hospitales de Urgencia LA VILLA y XOCO, en turno nocturno de fin de semana. Operó a más de 700 pacientes graves. Tal vez una docena de éstos saben de su existencia; la mitad de ellos, o menos, sabe su nombre. Actualmente, ya viudo, viejo, pero fuerte y sano, vive en una pequeña ciudad de Veracruz, donde pasa sus últimos años cuidando y disfrutando de los nietos que le regaló una hija.
         Cuando Federico se jubiló me mostró el reconocimiento que le dieron por trabajar 30 años en los Servicios Médicos del Departamento del D.F. Fue un bono de 5 mil pesos y un diploma. Federico Morales sonreía entre triste y burlón. Unos años después fui a la “Ceremonia” en la que nos otorgaron un reconocimiento a quienes cumplimos 30 años de antigüedad (yo tenía 34, pero solo se da un  diploma a los 30). Se trataba del ridículo bono y del mismo Diploma. Lo tengo frente a mí, mientras escribo estas líneas. Se trata de un cartón amarillento tamaño carta, impreso en formato horizontal. El Diploma me recuerda la risa triste y burlona de Federico Morales. El documento dice: “En el (sic) cumplimiento de la ley de premios y estímulos y recompensas civiles, se otorga el presente DIPLOMA a: Fulano de Tal por 30 años de antigüedad al Servicio de los Ciudadanos del Distrito Federal. En la “Ceremonia” que me tocó a mí, nos entregaron el mismito diploma a veintidós trabajadores. Había afanadoras, enfermeras, empleados administrativos, una trabajadora social y dos choferes de ambulancia. El único médico era yo. Recordé las palabras de Federico cuando me mostró su diploma:
         - ¿Te fijas que dice: a Federico Morales Montes de Oca y no: al Doctor fulano de tal? ¿Te fijas que dice por 30 años de antigüedad al Servicio de los Ciudadanos del Distrito Federal y no por 30 años de antigüedad trabajando como cirujano en los Hospitales de Urgencia?
         Federico rompió delante de mí su diploma. Yo lo conservé porque sabía que algún día podría necesitarlo (para describirlo). Cuando termine de escribir esta entrega lo voy a fotografiar y luego lo rompo.
         Federico Morales vivió una vida plena como cirujano. Su tesoro, son 700 casos operados con éxito. La burocracia médica no hizo mella en él. Sólo en un hospital público se puede tener esa experiencia formidable. Ésa es la riqueza inmensa que nos ofrece la medicina pública. No cambiaría por nada el trabajo que tuve la oportunidad y fortuna de realizar en tales hospitales, a los que califico como pobres y ricos, inhumanos y heroicos. Son hospitales que precisan de ayuda, porque el servicio que prestan debería llenar de orgullo a una ciudadanía que desconoce todo sobre ellos y que, incluso, los desprecia o los denosta.  
La burocracia médica no hace mella en muchos médicos burócratas, pero la mayoría de médicos burócratas se tornan apáticos, se quitan de encima el trabajo, aguantan 30 años esperando jubilarse, disfrutan su ridículo bono, enmarcan su diplomita y lo cuelgan en un lugar privilegiado de su casa o de su consultorio.
Imagino la cara de un centro delantero, estrella de la liga mayor futbol, si, al retirarse luego de obtener quince títulos consecutivos como el mejor goleador de la liga, le dan un diploma o constancia que diga: “Como reconocimiento a quince años dedicados a divertir a los habitantes de ciudades donde hay canchas deportivas”.
Concluyo: La burocracia manda, dirige, estipula, exige e ignora. La burocracia es nuestra patrona, nuestra guía, la fuente de nuestro descontento. La burocracia es la madre amorosa de los mediocres, la madre indiferente de los buenos. La burocracia es la chingona, y es la chinga.        
Dr. Ricardo Perera Merino

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