jueves, 26 de mayo de 2011

Mayo 26, 2011.

LA BUROCRACIA MÉDICA


(Segunda parte de cuatro)
Aquellos que pueden, hacen. Aquellos que no pueden, enseñan. (Ley de H.L. Mencken) Aquellos que no pueden enseñar, administran. (Extensión de Martin)

Existe la creencia, el sentimiento popular, de que “médico burócrata” es sinónimo de apatía, desinterés y hasta de incapacidad y negligencia. Esto es falso. No niego que existan médicos burócratas que son merecedores de tales epítetos, pero una gran mayoría de los médicos que trabajan en un sistema burocrático son capaces, responsables y hasta heroicos. Como todo médico, el médico burócrata tiene que habérselas contra la enfermedad, el dolor y la muerte. Está preparado para hacerlo. El problema estriba en que tiene que enfrentar un problema mayúsculo: la burocracia.
El origen de la palabra burocracia es francés: bureaucratie, compuesta del sustantivo francés bureau que significa escritorio y del sufijo griego -kratos que entra en la formación de palabras que tienen un significado de fuerza, de autoridad, de dominación. Podemos decir que la burocracia es la fuerza, autoridad o dominio de quienes trabajan tras un escritorio. Literalmente, la burocracia es el conjunto de los empleados públicos, pero tiene otras acepciones: administración pública, influencia excesiva de los empleados públicos, exceso de normas y papeleo que complican o retrasan la resolución de un asunto.
Un burócrata es un empleado público, a quien también se le da el nombre de funcionario público. Se trata de quien funciona para servir al público, sin importar su jerarquía. Max Weber (1860-1920), quien fue un estudioso de la estructura y principios de la burocracia, describió las normas en que se fundamenta ésta:
     1) Los burócratas están organizados bajo una jerarquía de mandos.
     2) Los burócratas son remunerados mediante un sueldo y no reciben gratificaciones por servicios.
     3) La autoridad de los burócratas proviene de su cargo y es determinada por éste.
     4) El nombramiento de un burócrata se hace en base a méritos probados, no a recomendaciones.
     5) Las decisiones se toman de acuerdo con reglas estrictas preestablecidas.
     6) Las burocracias actúan mediante la aptitud técnica y mantienen un registro de sus actuaciones.
     Ni qué decir que don Max Weber, quien soñaba con que la burocracia se extendiera al mundo entero (lo cual sucedió), no fue burócrata, no sufrió las calamidades de la burocracia y jamás imaginó lo que llegaría a ser. Él fue un hombre estudioso inteligente, honesto y confiado, pero la burocracia actual lo hace aparecer como un gran iluso.
     Es obvio, que los burócratas también forman parte del pueblo y que la burocracia está también para servirlos. Sin embargo, la burocracia ha trascendido a los burócratas. La burocracia es un ente que ha surgido de leyes, normas, procedimientos, reglamentos, restricciones y autorizaciones. La burocracia es un engendro abstracto surgido de papeles, de líneas escritas y de firmas. Este engendro es más poderoso que sus creadores, más importante que las leyes; es intocable, invencible, invisible. Lo que es más, es inmortal. Hoy, en este momento, podrían fallecer simultáneamente todos los burócratas sin que la burocracia siquiera se despeinara. Quienes ocuparán los puestos dejados por su predecesores son instantáneamente controlados y dominados por papeles firmados por muertos, quienes a su vez obedecieron ciegamente los papeles firmados por otros muertos, no sin antes plasmar su firma en alguna variante de su creación, un nuevo inciso, un párrafo que innovará lo que sea, sin dejar de complicarlo. La burocracia es, podemos afirmar, una forma de administración, “por papeleo”, que se trasmite de muertos a vivos.
           Los “papeles”, su contenido, son “entes reales” autoritarios y exigentes. Para no ser calificados de déspotas aceptan ciertas modificaciones. Modifícame por aumento, pero no por reducción; no me simplifiques, complícame. Cámbiame de nombre, de forma, pero no de fondo. Puedes reducir mis incisos, pero complica los que me dejes. Si quieres, incluso limítame a un solo paso, pero nadie podrá resolverlo en menos de los seis meses que duraban mis treinta y siete pasos originales.
           En las normas básicas de Max Weber no se hace alusión alguna a los criterios que determinan el establecimiento de las jerarquías. ¿Dos niveles, cinco, treinta? ¿Por qué no basta con un Coordinador de Departamento? ¿Por qué éste tiene que contar con dos Subcoordinadores? ¿Por qué el Departamento de Quejas tiene que tener cinco oficinas y no una? ¿Por qué tiene que haber mensajeros para llevar papeles del primero al segundo piso? ¿Por qué a un funcionario público de cierto nivel jerárquico se le tiene que dar automóvil, gasolina, chofer, y teléfono celular? ¿Por qué un joven de 20 años que va a sacar pasaporte debe presentar, además de su cartilla de servicio militar en regla, su acta de nacimiento? ¿Puede hacer servicio militar, en México, un australiano? ¿Porqué a los “señores” senadores y diputados tienen que servirles agüita en su vasito lindas edecanes, de tersos y poderosos muslos, con ombliguera y minifalda? No pararíamos de hacer preguntas. Los protocolos son parte escrita o, no, de rigurosas disposiciones burocráticas, imprescindibles e inevitables.
La medicina pública y la medicina institucional son burocracias muy rígidas. Un médico burócrata es un empleado público en el área de la salud. Puede ser un médico magnífico, humano, amable, honesto y responsable. O todo lo contrario. Las variantes entre estos dos extremos son muchas. Lo que no varía nunca, para mal, es la burocracia médica. Cada norma que se implanta complica el trabajo del médico burócrata, y de todos los trabajadores que lo auxilian en sus tareas. Las normas burocráticas suelen provenir de personas, burócratas, que tienen muy poco conocimiento de las circunstancias que prevalecen o que de plano las desconocen. En el ejemplo que puse en mi entrega anterior, un “papelito insignificante” impidió que un médico pudiera sacar instrumental del hospital, pero voy a citar otro ejemplo.
En el hospital de urgencias donde trabajé más de 30 años se dictó una norma: “ningún trabajador podrá checar su tarjeta de entrada treinta minutos antes de la hora estipulada, ni treinta minutos después de la hora estipulada para la salida. De no respetarse lo anterior se considerará que el trabajador faltó al trabajo”. Si el horario del trabajador es de las 08 a las 15 hs. no podrá checar su entrada antes de las 07:30 ni marcar su salida después de las 15:30. ¿Cuál es la razón de lo anterior? Es la ocurrencia de alguien que trabaja tras un escritorio y que piensa que se consagró ideando tan inteligente medida. Por supuesto que el genio en cuestión se justifica diciendo que de esa manera nadie podrá llegar muy temprano, marcar su entrada, retirarse, irse a otro trabajo y regresar muy tarde para marcar su salida. Es muy improbable que un burócrata que entra a trabajar a las ocho de la mañana quiera llegar a las seis y media. Puede darse el caso, por ejemplo, de que un médico que entra a las ocho quiera llegar a las siete para preparar una clase o para pasar visita, antes de iniciar su consulta, a los pacientes que operó el día anterior. Ese médico puede estar pendiente del reloj e ir a checar su entrada a las siete cuarenta y cinco. Hasta aquí no hay problema. La entrada no es problema. ¿Pero qué puede suceder con la salida? Lo que voy a relatar puede darse en cualquier turno, pero me voy a referir a lo que me sucedía a mí, con frecuencia, en el turno nocturno. En el 95% de los casos que operaba se trataba de personas heridas por proyectil de arma de fuego. Los canallas no tienen horario para meter balazos. A ningún canalla se le ocurre pensar: “te voy a meter un tiro en el muslo a las dos de la mañana para que el médico que te va a operar, y que sale a las siete, tenga tiempo de terminar la operación y checar su salida antes de las siete treinta”. De modo que los tiroteos se dan, sin horarios estipulados, durante las veinticuatro horas del día. El joven balaceado llegaba al hospital a las cinco cuarenta y cinco digamos, una hora y cuarto antes de mi salida. Haciendo milagros podía tenerlo sobre la mesa de operaciones a las seis y media, y necesitaba entre dos y tres horas para reparar la arteria hecha añicos por un cuarentaycincazo. Por lo tanto, estaría checando mi salida entre las ocho y media o nueve y media de la mañana. En otras palabras, por trabajar horas extras me aplicaban una falta de asistencia y me descontaban un día de trabajo.
     ¡No!, exclama de inmediato la burocracia médica. Hay una solución. Al terminar la operación no cheque su salida, acuda a la oficina de personal, explique la situación, llene una hoja de incidencias y solicite una constancia de omisión justificada de salida, misma que corresponde al artículo 126 de las Condiciones Generales de Trabajo. La hoja de incidencias en cuestión debía llevar la firma del Asistente de la Dirección que estaba de turno. Como ese Asistente se retiraba puntualmente a las siete horas, debía esperar a la siguiente guardia (dos días después) para obtener su firma. Si lo anterior sucedía durante el último día del mes, mi tarjeta se iba, con la falta marcada, a las oficinas burocráticas centrales. En este caso había que hacer otros trámites, muy engorrosos y prolongados, para que me quitaran la falta y me restituyeran el día “no trabajado” unos dos o tres meses después, si bien me iba.
     ¿Qué sucedería si, respetuoso de la norma que fue dictada, a las siete en punto de la mañana un cirujano se quita los guantes y deja al paciente solo, sobre la mesa de operaciones, con su muslo abierto y su arteria deshecha? Pues sucede que antes de 24 horas ya está condenado a diez años de prisión por negligencia médica grave. Es obvio que ningún médico hace lo anterior, jamás. Pero entonces los médicos hacen otra cosa: hacen tiempo. A las cinco cuarenta y cinco de la mañana reciben al paciente, lo exploran minuciosamente, elaboran una magnifica nota médica de ingreso, dictan medidas para estabilizar el estado general y solicitan una batería de estudios de laboratorio y gabinete. Ellos saben que todo lo anterior no estará listo antes de las siete de la mañana. Les dejan el paquete a los médicos del turno matutino, de la misma manera que éstos se lo dejan a los del turno vespertino y los del vespertino a los del nocturno. Los que pagan por la barrabasada de la norma sin pies ni cabeza son los pacientes. La burocracia médica indujo un mal comportamiento. El médico burócrata malo se lava las manos, el médico burócrata bueno empieza a malearse, el médico burócrata ejemplar opera y prefiere su falta y su descuento a la monserga de trámites burocráticos enloquecedores.
Este es sólo un ejemplo, pero hay muchísimos.
Dr. Ricardo Perera Merino

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