domingo, 13 de septiembre de 2015

ENVEJECIMIENTO ILÍCITO

Septiembre 13, 2015,


ENVEJECIMIENTO ILÍCITO


 (Agradezco al Dr. Alfredo Luengas Haro por compartirme este magnífico artículo que se refiere a trabajos del biólogo Lewis Wolpert. Únicamente comparto. Nada del texto es mío; tampoco los resaltados)


 Lewis Wolpert, un reconocido biólogo inglés, relata en su último libro los más recientes y sorprendentes hallazgos científicos del proceso de envejecimiento. Para Lewis Wolpert hay cuatro etapas en la vida de un ser humano: la infancia, la adultez activa, la madurez y, finalmente, la que él llama "te ves muy bien" en alusión a esa frase que las personas como él, de más de 60 años, intercambian entre sí cuando se encuentran después de mucho tiempo. 


               La vejez, como a la mayoría de mortales, le tomó a él por sorpresa y hoy se pregunta cómo pudo un joven de 18 convertirse en un viejo de 81, su edad actual. "Este tema nunca hizo parte de mi agenda cuando joven. Y por eso cuando llegué a esta edad todo me pareció una revelación", dice.


            Motivado por su experiencia y conocimiento sobre biología celular, Wolpert recopiló en un libro todas las evidencias que lo asombraron en su propia búsqueda de lo que significa envejecer y las compiló en el libro “You're looking very well”, que ha sido un éxito en Gran Bretaña.                                                      


 Y una de las primeras sorpresas para él es que no hay ninguna evidencia de que la vejez mate, porque no es una enfermedad.                                          


              Muchos médicos todavía dicen que la gente muere de vieja, pero según Wolpert esto no es cierto y siempre hay una explicación para el fallecimiento de alguien, así sea un nonagenario.Lo que sí viene con los años es una incapacidad del organismo para luchar contra cualquier enfermedad, especialmente aquellas que aparecen por la senectud


              El autor explica que durante toda la vida se van acumulando daños moleculares en las células, y esto ocurre porque el mecanismo de reparación de estas averías se debilita con eltiempo."Envejecemos por el uso y el desgaste, en una manera no muy distinta a la de cualquier otra máquina". Nunca antes la humanidad había logrado vivir tanto.


              En Inglaterra, dice Wolpert, hay más gente mayor de 65 años que niños menores de 16 años y esta situación será común en la mayoría de países en un par de décadas.El perfil de los viejos ha variado tanto que Wolpert se atreve a sugerir que se establezca el término 'cuarta edad', para referirse a aquellos individuos mayores de 80, que sí podrían estar afectados por la vejez."En la etapa que hoy se conoce como tercera edad, los pensionados todavía gozan de muy buena salud y están muy activos socialmente", dice. 


              Pasar de una esperanza de vida de 25 años a 80 en dos siglos ha sido posible más a los avances en medicina y salubridad que a revolucionarios descubrimientos en el proceso intrínseco de envejecer.No obstante, estudios en animales han demostrado que manipular la genética para prolongar la vida podría ser una realidad.Gracias a estos trabajos, los científicos han podido incrementar cinco veces el periodo de vida de la mosca de la fruta o del gusano C. Elegans.Se sabe de personas con una versión de ciertos genes, como uno llamado Peter Pan, que viven más que aquellos que no la tienen.Pero manipular todas las piezas del rompecabezas de este proceso está aún a años luz. La meta es, entonces, llegar a viejos sin achaques.


             Hay que admitir que lograrlo no es nada fácil. Los más longevos son ricos, educados e inteligentes, pues un coeficiente intelectual alto es garantía de que la persona va a cuidar más de su salud y se involucrará menos en comportamientos riesgosos.


             Ser optimista también es clave. En un estudio científico, aquellas mujeres que se mostraron positivas frente a su futuro tuvieron 14 por ciento menos posibilidad de morir de cualquier causa que las mujeres más negativas.También está comprobado que hacer ejercicio y no tener sobrepeso prolonga la existencia.La dieta ideal para reducir el riesgo de demencia incluye frutas, vegetales, cereal y mucho pescadoEl alcohol contribuye a llegar a la tercera edad en buen estado, pero solo si es en dosis bajas. Profesar una fe ayuda a encontrarle sentido a la vida y a manejar el estrés de esta etapa, lo cual es positivo para la salud.


             Aprender a esta edad mejora el bienestar mental y físico, por lo cual Wolpert sugiere abrirles espacios a los viejos en las universidades.Como estar activo mentalmente es tan importante, Wolpert también sugiere aplazar el momento del retiro profesional, o, en algunas profesiones, incluso abolirlo.Curiosamente, suplementos y productos anti-envejecimiento, incluido el mundialmente conocido gingko biloba, son totalmente ineficaces, según la investigación de Wolpert.El libro también ha dado al traste con muchos mitos sobre la vejez: Es cierto que las capacidades mentales disminuyen porque los viejos olvidan más y son más lentos.Pero el conocimiento adquirido permanece intacto por lo cual una de las grandes ventajas de envejecer es la sabiduría y experiencia acumulada. "Los viejos son mejores para comprender preguntas y detectar cosas absurdas, así como para atender tareas complejas", dice.


                La ciencia también ha mostrado que la mujer vieja no tiene limitaciones físicas para alcanzar un orgasmo pero los hombres gozan siete años más de vida sexual que ellas. Esto se debe a que las mujeres se casan con hombres mayores y ellos mueren primero. El fallecimiento de sus cónyuges implica para muchas el final de su vida sexual.


           Otra sorpresa para Wolpert es que la felicidad, que para muchos parecía ser esquiva en la vejez, tiene su pico máximo a los 74 añosLos miembros de la tercera edad tienen menos eventos estresantes en el trabajo y menos conflictos con sus parejas y, lo mejor de todo, no sienten necesidad de agradar a los demás, todo lo cual quita un gran peso de encima.Si se compara con los jóvenes, que tienen metas muy amplias, los viejos han logrado estrechar sus objetivos y estos son casi siempre mucho más significativos. 


             La creencia de que los viejos son depresivos no resulta ser cierta, como tampoco lo es la asociación juventud-felicidad. Tampoco son más depresivos que los jóvenes. De hecho, esta enfermedad se presenta con mayor frecuencia alrededor de los 45 años.Según Wolpert los estudios muestran reiteradamente que los jóvenes no son mejores que los viejos en el trabajo y no hay diferencias significativas en sus habilidades.


               La percepción de la vejez determina en alto grado la expectativa de vida de un individuo y la manera como los miembros de una sociedad cuidan a sus adultos mayores.Quienes temprano en la vida ven la vejez como una pesadilla tienen, cuando viejos, más riesgo de infarto y otros problemas cardíacos. Por el contrario, quienes la ven con buenos ojos viven en promedio siete años más. Y aquellos que se sienten y se ven más jóvenes de lo que indica su cédula tienen mejor salud que los que se perciben más viejos. Los jóvenes calculan que la vejez empieza a los 68 años, mientras que los más viejos piensan que es a los 75. Pero curiosamente, un estudio mostró que solo 35 por ciento de quienes tienen 75 se sienten viejos.De hecho, los médicos utilizan la percepción de la edad y cómo luce la persona como un indicador de su salud. Cuando se ven jóvenes y saludables para la edad es una señal clara de que van a vivir más allá de los 70 años.Por eso, dice Wolpert, si alguien conocido en la calle le dice "cómo te ves de bien", créale, disfrute el piropo y dese por bien servido...!
Dr. Ricardo Perera Merino.


 

lunes, 6 de enero de 2014

Pausa de enero.


 

Al Dr. Eduardo Varela Hamui (In Memoriam)

Estoy inmerso en una pesadilla. Sudo intensamente y me sacudo por los calosfríos. Tengo fiebre, alta. No me gusta ni quiero estar enfermo, pero me gusta tener fiebre. La fiebre me produce pesadillas y las pesadillas me divierten.

Sueño la voz de Pablo que me habla del superhombre y del cosmos, del Irdim y de quienes lo hablan; de mecánica cuántica, de los siete psicobiogeneradores y la conducta. Todo lo que escucho me interesa, pero estoy bloqueado por cuarenta grados centígrados. Existen mentes superiores entre nosotros; cuartas y quintas dimensiones que allegan información a algunos grupos. Pablo habla del éter que forma parte de lo tangible y ponderable, que ocupa, como cosa, un lugar en el espacio.  El éter se aglomera y forma puntos cesna. Él, el éter que yo ignoraba, es la constante de fuerza gravitatoria inerte existente en el cosmos. Luego vienen los carpines y las plantas de carpines, los megacarpines y las miríadas, niveles subatómicos incomprensibles. Tetraedros y dodecaedros, geometría infinita. Ramas mayores y menores que las menores, siete tipos de energía, líneas fasténicas, cámaras alfa con dos o seis o doce mertaneros o marsines y al último pero no por último los partones o la esencia.

Despierto fresco y me baño. Pablo estuvo aquí, no todo fue sueño. En el espejo hay un mensaje de su puño y letra: El infinito es un punto cesna de lucidez. Llamo a María y le pregunto si Pablo me visito anoche. Se extraña y responde que sí, que estuvimos platicando muchas cosas, que hablamos de maestros extraños y de nuevas formas de energía y de mirar el cuerpo humano.

Me recuesto, me abstraigo y pienso o sueño. Escucho palabras de Pablos que, a diferencia mía, miraron y hablaron ya con Cristo o que creyeron verlo y hablarle cuando se toparon con un humano diferente. Su ciencia está en el medio, en un conciliatorio equilibrio de cargas y descargas, en la limpieza armónica de sólenes mediante recodificadores genéticos. La información llega del cosmos, que es interior y es todo.

Ricardo Perera Merino.

lunes, 25 de marzo de 2013

Más acerca de la FALSEDAD del “PLASMA MARINO”


Marzo 25, 2013.
 (Contestación a un joven ingeniero que reside en Ensenada, Baja California)

 Un ingeniero, que leyó mi post titulado: “La Falsedad del Plasma Marino”, me escribió un e-mail en el que manifiesta algunas dudas sobre el tema y me proporciona dos links que lo confundieron más. Textualmente escribe: “Precisamente la lectura de esos estudios me confundió. No tengo formación en biología ni en medicina para poder opinar sobre ellos. Me queda la pregunta: ¿Estas personas diluyen el agua de mar para su supuesta ingesta medicinal?

El ingeniero me cuenta que es un entusiasta de la formación científica, de la innovación, y del conocimiento; también que padece de Iatrofobia por la mala experiencia que ha tenido con médicos. Los dos links que me proporcionó son los siguientes:


Después de leer ambos trabajos le contesté lo que sigue:

Ingeniero:
Me voy a referir, primero, al link titulado:

EXPERIENCIAS DE UTILIZACIÓN DE PLASMA MARINO
COMO SUSTITUTO DE LA SANGRE.

(Experiencia realizada en la Universidad de La Laguna (Canarias) en 1974 y refrendadas en 2003 con motivo del 1er. Encuentro Interuniversitario organizado por Prodimar y la Fundación Aqua Maris).

 Se trata de una “experiencia” realizada hace 39 años y refrendada hace 10. Quiero entender que los autores se refieren a la acepción: “aceptar, corroborar o confirmar de nuevo”  que tiene el verbo refrendar. En otras palabras, hace 10 años un grupo de investigadores confirmó lo que ese mismo grupo publicó hace 39.

Nos dicen que en 1905 (hace 108 años), René Quinton trató diferentes estados patológicos  aplicando inyecciones de plasma  formado por agua de mar y agua de manantial mezcladas hasta obtener la concentración salina del mar original, que es igual a la de la sangre” (sic). ¿Entiende usted lo anterior, ingeniero? Yo no. Resultaría menos confuso si hubieran escrito: hasta obtener la concentración salina original del mar, el cual, de suyo, es original, pero no es esta sintaxis errónea por lo que no entiendo. Veamos: Quinton pretendía curar enfermedades suministrando al enfermo agua de mar (inyectándosela, aunque en el escrito no se precise si la inyección fue intravenosa, intramuscular o subcutánea). Si lo  que quiso Quinton fue inyectar la concentración salina del “mar original”, ¿por qué tuvo que mezclarla con agua dulce “hasta obtener la concentración salina original del mar?”. Mientras más agua dulce se agregue más se aleja de la salinidad original, entonces es necesario agregar más agua de mar para aumentar la salinidad, pero la salinidad original nunca se alcanzará porque siempre habrá en la mezcla algo de agua dulce. Este párrafo bastaría para dejar de leer el resto de la publicación. Es un enredo. Por otro lado, los seguidores de Quinton insisten en utilizar el vocablo “plasma” como sinónimo de agua y en aseverar que “la concentración salina del mar es igual a la de la sangre”. No voy a insistir mucho en esto porque ya lo aclaré en mi post que usted leyó. Sólo reitero que el plasma es la parte líquida de la sangre, desprovisto de las células de la misma, y esto no equivale a que sea agua. Es un líquido, formado principalmente por agua, pero que contiene otras sustancias vitales de las que carece el agua, salada o dulce, y que son, entre otras, las proteínas plasmáticas. Esto, ingeniero, lo ignoró Quinton y lo ignoran sus seguidores de antaño y de hogaño.
El experimento de que da cuenta el artículo, realizado hace 39 años en 10 perros famélicos y enfermos, carece de todo rigor científico. Los humanos sanos contamos con 5 litros de sangre (en promedio) que está en circulación continua. Un donador de sangre “profesional” podría donar 0.5 litros de sangre (10% del total) diariamente. Esto es posible porque el organismo es capaz de reponer esa cantidad en ese tiempo. Si perdemos abruptamente 75% de nuestra sangre (3.75 litros), morimos. De un shock hipovolémico de esa magnitud salen con vida muy pocos,  poquísimos. Y estoy hablando de una atención hospitalaria de muy alto nivel, inmediata, con administración inmediata, y por varías vías intravenosas simultáneas, de sustitutos del plasma de alta osmolaridad, (a los que se conoce como expansores del plasma), así como soluciones glucosadas y/o salinas en tanto se obtiene la sangre requerida. De modo que a un perro mal nutrido y enfermo al que se le sangra en 10 minutos para extraerle el 75% de su sangre para luego sustituirla con agua de mar rebajada con agua de manatial, que sobrevive a tal agresión brusca y que seis días después camina como si nada y además curado de las enfermedades que padecía, es un cuentito infantil que pretenden vender como cierto personas de dudosa reputación médica y científica y cuyos trabajos nunca han sido publicados en una revista científica seria.

Para convencer al mundo de que todo lo que aseveran es cierto, el artículo culmina (cosa inédita en trabajos científicos) con el siguiente párrafo:
De este documento, cuya finalidad es que sea publicado en un medio científico como apoyo o aval para los Dispensarios Marinos que operan actualmente en diversos países, con el propósito de detener las muertes por hambre en el mundo, damos fe quienes hemos sobrevivido después de las experiencias de aquella época, y para que así conste, estampamos nuestra firma, refrendada por el sello de la entidad hospitalaria y académica que representamos actualmente.

Firman cinco personas. No me queda claro el objetivo del experimento con los perritos. ¿Fue, como reza el título del artículo,  para demostrar que el agua de mar es un buen sustituto de la sangre? o, como se puede leer en el párrafo anterior, para “detener las muertes por hambre en el mundo”.
 Me referiré ahora al otro link:

AGUA DE MAR PARA COMBATIR LAS EPIDEMIAS HÍDRICAS CAUSADAS POR LA DESNUTRICIÓN EN LAS ZONAS COSTERAS DESÉRTICAS AHORRANDO AGUA DULCE.

 Ponencia presentada por Gracia Hidalgo-Ramos Coordinadora del Departamento de Nutrición y Educación-Información-Formación- Extensión de Seawater Foundation, FL en el IV Foro Mundial del Agua (México marzo 2006).

Ignoro quién es Gracia Hidalgo-Ramos. Sé, por lo consignado en el artículo, que es Coordinadora de un Departamento de Nutrición y Educación-Información-Formación-Extensión-etecétera.  De acuerdo, pero… ¿qué es ella? ¿Es química, es física, es bióloga, es médica, es agrónoma, es oceanógrafa, es escritora, es manicurista, o simplemente es coordinadora? Por el contenido de su ponencia concluyo que es una impostora, muy audaz, en lo que a medicina y biología se refiere. El título de su ponencia me atolondra: “Agua de mar para combatir las epidemias hídricas causadas por la desnutrición…” No es necesario exponer lo que significa “epidemia” en medicina. Lo puede usted encontrar en cualquier diccionario, ingeniero. Una característica de las epidemias es su contagiosidad (aunque recientemente se ha extendido su uso a entidades no infecciosas).  La autora de la ponencia califica el sustantivo “epidemia” con el adjetivo “hídrica”, es decir, lo relacionado con el agua. Me atrevo, entonces, a interpretar que habla de epidemias relacionadas con el agua. Epidemias de este tipo serían las muy conocidas enfermedades que se convierten en epidémicas en una población que bebe agua contaminada: el cólera principalmente, pero también la tifoidea y la amibiasis. Ésta última se convierte, así, de endémica en epidémica. Seguramente la ponente quiso decir (esto es interpretación mía): “numerosos casos de deshidratación en determinado grupo poblacional”. Esto no es, obviamente, una epidemia. Ahora bien, ella habla de epidemias hídricas (así, en plural) causadas por desnutrición. No entiendo qué quiso decir y no estoy seguro que ella lo entienda. Tomando la definición más simple de epidemia podríamos interpretar así lo dicho por doña Gracia: enfermedad(es) relacionada(s) con el agua que ataca(n) simultanea y temporalmente un gran número de personas en determinada población, y que es (son) causada(s) por desnutrición. ¿Y cuáles son esas enfermedades, señora Hidalgo-Ramos? Lo pregunto yo y lo pregunta, seguramente, la Patología, materia fundamental de la Medicina. No debemos olvidar que una persona puede estar desnutrida sin estar deshidratada. La deshidratación sobreviene como consecuencia de un aporte inadecuado de agua y la desnutrición como un aporte inadecuado de nutrientes. Por supuesto que ambas pueden sobrevenir como consecuencia de diversos estados patológicos (gastroenteritis aguda y cáncer por citar sólo dos ejemplos). Está claro que la desnutrición y la deshidratación pueden coincidir en una persona o grupo humano, de hecho es frecuente que esto suceda. En nuestro país, por ejemplo, existen pueblos con un elevado número de población desnutrida, pero bien hidratada y esto generalmente se debe a un aporte inadecuado en la calidad de los nutrientes, no en la cantidad. A nuestros niños, en los pueblos y también en las grandes urbes, se les da más coca cola que leche, están bien hidratados y están gordos pero mal nutridos. Lo contrario no ocurre: una persona bien nutrida siempre está bien hidratada. Esto sólo lo puede cambiar la enfermedad.
Volviendo a la idea original de doña Gracia, a mí se me ocurre que, en el utópico caso de existir,  una “epidemia hídrica causada por desnutrición” habría que combatirla con comida y no con agua de mar. Sin embargo, como señalo más adelante, para los “Quintonianos” el agua de mar es comida pura, ya digerida y lista para ser asimilada por los setenta millones de millones de células que nos conforman.

La ponencia está plagada de desaciertos. La autora se saca de la manga un silogismo muy desafortunado. La lógica se aprende en el bachillerato y pienso que lo único que  aprendimos bien de lógica, al menos yo, fueron los silogismos. Doña Gracias plantea dos premisas verdaderas, pero la conclusión de las mismas es equivocada. Leamos lo que nos dice:
“La biología es la ciencia de la vida” (premisa verdadera). “Sin agua no hay vida” (premisa verdadera). “Por lo tanto, la biología es la ciencia del agua” (conclusión equivocada). ¿Por qué de dos premisas verdaderas surge una conclusión equivocada? Porque es menester que entre las premisas exista una relación. Siguiendo la lógica de la ponente de marras podríamos decir: La biología es la ciencia de la vida. Sin oxígeno no hay vida. Por lo tanto la biología es la ciencia del oxígeno. O esta otra: El futbol es el deporte que aman los mexicanos. Juan aborrece el futbol. Por lo tanto Juan no es mexicano.
En un párrafo del artículo doña Gracia supera la ignorancia de Quinton: “Ignorar al (sic) agua de mar como recurso y alternativa para la nutrición, la agricultura, la ganadería, especialmente en las zonas áridas y secas de las costas del Planeta, es desperdiciar un recurso gratuito y renovable que tiene en su composición todos los nutrientes en la forma orgánica y biodisponible que necesitan los organismos vivos para su sobrevivencia (acidos nucleicos, ADN-información, proteinas, grasas, hidratos de carbono, minerales, vitaminas, además del fito y el zooplancton, y un pH 8.4)”. El subrayado es mío.

Esto es totalmente falso, ingeniero. No voy a repetir cuál es la composición del agua de mar, pero sí quiero hablar de lo que significa la biodisponibilidad de los nutrientes. Los nutrientes básicos que nos mantienen vivos son los hidratos de carbono (azúcares), las proteínas (animales o vegetales) y las grasas. En una comida balanceada se encuentran presentes los tres, pero nuestro organismo, nuestras células, no puede DISPONER de ellos. ¿Cómo puede aprovechar nuestro organismo un buen platillo de albóndigas acompañado con puré de papas? Sólo hasta que nuestro sistema digestivo lo desmenuce en partículas asimilables, libres de polvo y paja, que puedan atravesar la membrana celular. En su trayecto por el intestino delgado y merced a la acción de los jugos intestinal, biliar y pancreático, el platillo mencionado, que ya fue previamente preparado por una enzima salival (la amilasa), triturado en el estómago y expuesto al jugo gástrico que lo ablanda y empieza a digerir, las albóndigas y el puré de papas son convertidos en los nutrientes biodisponibles: monosacáridos, glicerol, ácidos grasos y aminoácidos. Según doña Gracia, pero también de la Seawater Foundation y similares, estos nutrientes biodisponibles se encuentran, todos, en al agua de mar. ¡Qué ignorancia! Una ignorancia sin límites. No sólo no existen en forma biodisponible sino que en el agua de mar no hay hidratos de carbomo, proteínas ni lípidos.
Es obvio que la ponente, como muchos seguidores de la mal llamada “medicina alternativa”, muestra un gran desprecio hacia la medicina alópata y hacia quienes la ejercemos. Está bien, se vale, pero si escribimos o presentamos ponencias, y además las hacemos públicas,  debemos hablar (o escribir) con propiedad. Ella dice:
“Los humanos somos autorreparables, si nos dan las “herramientas” adecuadas para autorrepararnos. Las enfermedades no las curan los médicos, las curamos nosotros, si no nos entorpecen las recetas farmacéuticas que ellos prescriben, todas con efectos secundarios tóxicos” (sic).

Contagiado por doña Gracia yo aseguro que todas las computadoras son autorreparables si les ponemos enfrente, cuando se descomponen, un técnico experto en reparar computadoras. Y ya encarrerado, y siguiendo su razonamiento, agrego que a mi computadora descompuesta no la repara el técnico experto, sino yo mismo si no me entorpece ese pequeño destornillador que trae consigo y que tiene como peculiaridad específica rayar el disco duro. Quisiera ver a doña Gracia, a los Quintonianos, y a todos los partidarios de la mal llamada medicina alternativa curarse de una bronconeumonía, de una peritonitis o de un absceso hepático amibiano bebiendo agua de mar, oliendo aromas o tragando chochitos cada hora y media.
Le aclaro a doña Gracia que los médicos alópatas no prescribimos “recetas farmacéuticas”. Lo que hacemos es prescribir, en una receta, un fármaco o medicamento. Le aseguro, además, que no todos los medicamentos producen en todas las personas efectos secundarios, que éstos son raros y pasajeros y que no todos los efectos secundarios son tóxicos. Por otro lado, los efectos secundarios o indeseables no son exclusivos de los fármacos o medicamentos. Hay bebés que no toleran la leche, personas a las que el nopal o el epazote les producen diarrea o náusea y no faltan quienes se cunden de ronchas y se les reseca la piel cuando asean su cuerpo con el muy delicado e hidratante jabón de avena.

En La ponencia de doña Gracia además de desaciertos hay, como ya señalé, mucha ignorancia. Ella pregunta que: ¿Cómo se hidratan una ballena misticeta, un pingüino atlántico y un esquimal en el invierno polar? Yo le recomiendo que lea, que  estudie el tan sencillo como maravilloso ciclo hidrólogico. Ella ignora que los glaciares, que cubren el 10% de la Tierra, contienen el 75% del agua dulce de nuestro planeta .
Y para qué seguir, ingeniero. Ya me extendí demasiado. No me meto con el tema del agua de mar con fines de cultivo porque desconozco todo sobre el tema. Leí sobre la Salicornia que usted menciona y me parece muy interesante que una planta crezca sana regada con agua salada. Seguramente habrá muchas más.

Agradezco mucho que me haya contactado, sus comentarios hacia mi persona y que se interese por algunas cosas que escribo. Espero sigamos en contacto.
 

Dr. Ricardo Perera Merino.

viernes, 8 de febrero de 2013

Escribir, escribir…y mis años.


Febrero 08, 2013.

Escribir ha sido siempre una actividad importante en mi vida. Durante mi niñez escribí fórmulas mágicas para demostrar “científicamente” cómo pueden obtenerse diferentes colores utilizando medicamentos del botiquín familiar combinados con lociones, cremas, talcos, masa para tortillas, jugo de betabel, yema de huevo medio frita, canela y tinta azul o tinta china, o bien cómo obtener un verde intenso machacando, con el enorme palo para trancar la puerta, hojas verdes, cilantro, perejil y pasto. También escribí líneas en paredes recién pintadas de la casa familiar para explicar “poéticamente”, a quien quisiera leerlo, que, por ejemplo, lo que estaba embarrado en tal o cual pared era la yema de un huevo estrellado que mi hermano Francisco había arrojado con la intención de encontrar la cara de mi hermana Rosita. Sobra decir que quien siempre se interesó en leer tales explicaciones fue mi madre y que esa mi inquietud literaria de entonces, cien por ciento mural,  fue debida y justamente castigada. De adolescente y durante mi muy primera juventud disfrutaba la elección de palabras, y cómo combinarlas, para construir frases que llevaran mi mensaje, en alguna tarjeta postal, navideña o de cumpleaños, a la niña o jovencita que por aquellos años me quitaba el sueño. Esos mensajes, todos, fueron tan cursis que actualmente los disfruto por eso, por haber sido insuperablemente cursis. Durante la juventud mi pasatiempo favorito, además de leer, fue la comunicación epistolar, la cual jamás he abandonado. Escribí infinidad de cartas, breves o no, a novias, amigos y principalmente a mi madre durante los años que viví lejos. Eliminé lo cursi y me fui haciendo adicto de la buena redacción, de la sintaxis y de la ortografía. Así fui desarrollando y puliendo un estilo para escribir que, bueno o no, es mi estilo. Ya en la edad madura, mucho antes de que se inventara el Fax, escribí cartas a mis hijos; muchísimas a mi hija mayor que se fue a vivir a Alemania cuando todavía no cumplía 14 años. Muchas a mi hijo, que vivía conmigo y a quien se las entregaba en propia mano. Se trataba de mensajes sencillos y breves cuando aún era pequeño, luego fueron más largos y profundos, generalmente frases de grandes pensadores que escogía para él. Siempre sentí que nuestras conversaciones debían terminar con algo escrito, aunque sólo fuera una línea. También le escribí algunas cartas, muy pocas, a mi hija menor,  que era tan pequeñita que no sabía leer o que, ya sabiendo, no sabía bien a bien, tal vez, quién era el “señor” que le escribía. Fue durante esa etapa adulta cuando, motivado por mis convicciones, mi ideología y mi profesión, empecé a escribir ensayos. Algunos fueron enviados a concurso y fueron premiados, otros formaron parte de mis dos primeros libros publicados. Ya para entonces había escrito muchos relatos y empecé a esbozar, temerariamente, lo que podría ser una novela. Cuando mi madurez, en cuanto a edad, era plena, se popularizaron las computadoras personales y con ellas la herramienta “Word”, tremenda facilitadora del proceso de escribir y, sobre todo, del fascinante  proceso de corregir y mejorar lo escrito.

Y me llegó la vejez. La vejez es hermosa, así la vivo y así la siento, pero sé a ciencia cierta que un viejo necesita de un aliciente muy personal para seguir en la brega con entusiasmo, con alegría de seguir vivo y sentir, saber, que es importante para sí mismo y que hace algo que considera relevante. Llegué a la edad (hace 8 años) en que tuve que despedirme de la vida hospitalaria y, muy especialmente, de decir “adiós” a los quirófanos. Mis neuronas supieron interpretar correctamente el mensaje que les enviaba mi vista cansada, mi pulso que ya no era firme, mi resentida columna cervical y los 68 años que pesaban como lastre inevitable sobre todos y cada uno de mis músculos y huesos. La hora del retiro profesional había llegado. A todos los viejos nos llega, pero no a todos nos llega igual. A mí me llegó cuando gozaba, y gozo, de salud física y, muy especialmente, de lucidez mental. La temida pregunta tras la jubilación de: ¿Y ahora que voy a hacer?, no fue pregunta que yo me hiciera. Sabía que iba a escribir. No que iba a empezar a escribir, sino que iba a seguir escribiendo. Retomaría a tiempo completo mi trunca novela, ordenaría mis relatos, escribiría relatos nuevos, abordaría otros temas. Abrí en la Internet un blog en el que publico escritos (posts), uno de ellos, el más reciente, es lo que escribo en este momento. Soy pragmático y objetivo, no en balde soy del signo Virgo al que tantos defectos le achacan los que creen en la divertidísima astrología, por eso sé perfectamente que lo que estoy escribiendo y todo lo que he escrito no le interesa ni importa a casi nadie, pero me interesa y me importa a mí y eso es fantástico. Soy mi gran lector y esto representa una gran responsabilidad Es como mi actividad quirúrgica: lo que hice durante 38 años en las salas de operaciones de hospitales de sangre no le interesó y no le importó a casi nadie, pero es mi gran tesoro. Evoco esas batallas contra la muerte cada día de mi vida vieja. Es imposible comunicar a alguien, ni siquiera a otro cirujano, la plenitud que se apodera de mí cuando recuerdo aquello, mi gratitud al Ser Supremo, en el que creo y al que necesito, por haberme permitido hacer lo que hice. Y así es con lo que escribo. Sólo el que escribe  disfruta plenamente lo que hace. No importa que otros lo conozcan ni que se publique y tenga éxito o no. ¡Esta línea, esta frase la escribí yo! ¡Yo escribí esta página, este capítulo, este libro! En esto reside la grandeza, para mí, del proceso creativo.

¿Quien escribe quiere ser leído? Por supuesto que sí, pero no escribe por eso.

Acabo de “publicar” tres libros. Escribo publicar entre comillas porque no los estoy haciendo públicos. No los envié a una casa editorial convencional ni a una del tipo de www.palibrio.com. Yo mismo hice el trabajo de edición, yo diseñé las portadas y contraportadas y yo pagué la impresión. Cada ejemplar me cuesta. Se trata de una “impresión del autor” limitada a 5 ejemplares por título. Uno para mí, uno para cada uno de mis hijos y uno de reserva. Ni siquiera he decidido si les enviaré a mis hijos sus ejemplares. De cualquier manera están aquí, en mi refugio, y son de ellos, los lean o no. Lo que sí leerán los tres antes que nadie, eso espero, es  este escrito que les enviaré como e-mail un día antes de subirlo como post a mi blog.


Los tres libros que mandé imprimir son:

1)    “Toda una Vida”. Novela. (441 páginas).

2)    “A veces el Diablo, y otros relatos”. (386 páginas).

3)    “La Victoria contra el Dolor y la Infección”. Hazañas memorables de la segunda mitad del Siglo XIX. (348 páginas).

 

Los tres libros ya están debidamente registrados en el Instituto Nacional del Derecho de Autor.

 

Las líneas que siguen, preceden el inicio de “Toda una Vida”:

 

Ésta es una obra de ficción. Los personajes y los acontecimientos no existieron, pero todo es cierto. Así como se cuenta sucedió todo, porque así sucede todo siempre en algún lugar y en algún tiempo. Todo sigue ahí porque nada desaparece, porque todo perdura aunque ya no exista quien recuerde.

       

Lo que sigue es lo que aparece en la contraportada de “A veces el Diablo”:

 

Esta es una selección de 18 relatos que no siguen temática alguna y que no conllevan ningún tipo de mensaje. Dos o tres están inspirados en evocaciones. Dos o tres en sucesos reales un poco camuflados. El resto son locuras. Nunca, mientras viva y pueda, dejaré de escribir locuras. Conforme me voy haciendo más viejo entiendo mejor mi mundo y sé, para mí, que lo más cuerdo que puede sucederme es estar un poco loco.

 

Lo que sigue es lo que aparece en la contraportada de La Victoria contra el Dolor y la Infección:

 

Existen muchos libros, completísimos, acerca de la historia de la medicina y también libros maravillosos que dedican cientos de páginas a hechos  aislados que representan momentos inmortales en la evolución de la más humana de las ciencias. Obras, todas, dignas de leerse. Este libro se centra en una época gloriosa en el devenir de la medicina: la segunda mitad del siglo XIX.

        ¿Qué pasó durante esos cincuenta años que sea digno de contarse? Sucedieron dos hechos de enorme relevancia: el descubrimiento de la anestesia y la demostración de la existencia de microbios, de organismos patógenos invisibles que causaban lo que en aquel entonces se llamaba: putrefacción. Estos dos hechos cambiaron para siempre el rumbo de la medicina, y muy especialmente de la cirugía.

                Los protagonistas de las hazañas que son la sustancia de este libro pueden ser considerados, legítimamente, como “salvadores” de la humanidad.

 

Y sigo escribiendo durante muchas horas todos los días porque la inspiración aún  no se agota, porque es lo que más me gusta y porque hay que mantener muy activas las neuronas para cerrarle el paso a la “enfermedad del olvido”.

 

Ricardo Perera Merino.

 

miércoles, 2 de enero de 2013

2012, TRISTE AÑO VIEJO

Diciembre 31, 2012


2012, TRISTE AÑO VIEJO

 

Por ahí leí hoy lo que alguien dijo “ayer”: “Pesimista es un optimista bien informado”.  Soy un optimista no tan bien informado de modo que no comprendo bien a bien por qué estoy escribiendo lo que escribo.

En mi país, México, se está yendo la tarde; la última del año. Ocaso de 365 días. En otras latitudes se fue ya el año viejo y llegó el nuevo. Aquí todo tiene apariencia de fiesta: las casas, los rostros, las tiendas, el cielo naranja recortado por siluetas, la actitud de la gente y los foquitos multicolores que empiezan a encenderse. Todo mundo está preparado para festejar el año nuevo.

¿Por qué despedir con fiesta un año viejo y festejar la llegada de un año nuevo? Por experiencia sabemos que un año nuevo venturoso es cosa rara, pero además sabemos que en todas partes del mundo y durante todo el año que termina, y cuyo advenimiento festejamos con esperanza hace doce meses, hubo violencia, intrigas, envidia, injusticia, someter o ser sometido, deterioro irresponsable de la Naturaleza hermosa y dadora de vida que nos fue regalada. No faltaron un par de guerras frías o calientes, en las familias murió un viejo o tal vez, qué lamentable, un joven o un niño. Se extiende la corrupción, proliferan los locos que matan escolares con armas que adquieren con la misma facilidad con que se compran unos binoculares, hay más alcohólicos y suicidas, más drogadictos y sidosos, más demagogia.

En este momento algunos llenan los comercios y las playas, otros llenan los hospitales, las agencias funerarias y las cárceles. Hay pueblos que depositaron artefactos en Júpiter o en Saturno, otros pueblos rascan pedazos de tierra seca con arados tirados por bueyes flacos. ¿Qué hay de festejo en todo esto? Festejamos algo malo que se aleja y damos por cierto que algo bueno se avecina.

¡Feliz año nuevo! diremos todos a las doce y lanzaremos cohetes al aire. Las varas de los cohetes del año que se va siguen ahí como basura que quiere decirnos algo que no queremos oír. Festejamos tal vez la esperanza, y que así sea, de un año nuevo mejor o menos malo. Que disminuya el terrorismo, el hambre donde la hay, que haya trabajo justamente remunerado, que haya amor, que se fortalezcan las familias, que se reduzcan los monopolios, que mejore la educación y que se acaben de una vez por todas los irresponsables e indolentes, porque lo cierto es que, sea por estar mal administrados y dirigidos, o por estar habitados por individuos desganados de trabajo,  la mitad de los países de nuestro planeta come poco, trabaja menos y exige mucho.

Que termine la impunidad a criminales, a sujetos de la peor ralea que asesinan, secuestran, asaltan, desquician ciudades, pueblos y aldeas y apelan a sus derechos humanos. Que se queden fuera del juego del hombre funcionarios públicos temerosos que se doblegan ante la presión de los malvados y de sus protectores. El derecho humano primordial es el que tienen los hombres de bien para ser protegidos de quienes los amedrentan con una pistolita calibre 45 en la cabeza, de quienes los privan de sus pertenencias, de sus familiares y hasta de su vida. Tal vez por eso nos abrazamos cada 31 de diciembre a las doce de la noche.

Durante 2012, como antes y siempre, pisoteaste, humanidad, tus esperanzas. Otro año para ver quién es más poderoso, más rico, más bello, más “nice”, más consumidor. Otro año contaminando el bello planeta en que vivimos. ¿Y los valores fundamentales? ¿Dónde queda la honestidad, la lealtad, la humildad maravillosa, el bienestar del deber cumplido?

Se acaba el año. ¡Enhorabuena! En mi pueblo se oculta el sol por el poniente. ¿Se ríe, el Sol, de nosotros? No,  me da la impresión que enrojece de ira y que con él enrojece de vergüenza la tarde. El Sol se va pensando, tal vez, que algún día no saldrá más por el oriente. Ese día no habrá años nuevos para nadie y se congelará la maldad.

Alcemos las copas y lloremos.

¡Triste año viejo! Son las doce.

 

Ricardo Perera Merino.

lunes, 13 de junio de 2011

El suicidio asistido de Peter Smedley

Junio 13, 2011.
Hoy, en la clínica suiza “Dignitas”, fue asistido un hombre, llamado Peter Smedley, desahuciado, para morir dignamente. Esto, en sí, no debería ser una noticia relevante, puesto que el suicidio asistido se practica todos los días en todo el mundo, de manera legal o clandestina. El caso tuvo relevancia porque el suicidio asistido de Peter Smedley fue trasmitido en vivo por la cadena británica BBC.
Muchos condenan la eutanasia y el suicidio asistido, están en su derecho. Tal y como están en su derecho quienes deciden poner fin a su vida para no pasar por una larga agonía. Hay quienes prefieren prolongar su muerte (no su vida) y hay quienes prefieren lo contrario.
Los activistas anti-suicidio asistido y anti-eutanasia no terminan por entender que se trata de una decisión personal. Una decisión que, por cierto, no es contagiosa. El suicidio de una persona, asistido o no, no induce suicidios. Hablo específicamente de suicidio en personas desahuciadas sin calidad alguna de vida.
Esperamos que pronto llegue la cordura, en todas partes del mundo.
Dr. Ricardo Perera Merino

lunes, 6 de junio de 2011

Junio 06, 2011.

LA BUROCRACIA MÉDICA


(Cuarta parte y última)

    La enfermedad es la razón por la cual hay servicios de salud en todos los países, también la única razón por la cual existen enfermos y médicos. Idealmente, los miembros de una sociedad son personas sanas. Todos están sanos, siempre. Ocasionalmente alguna persona enferma. Cuando así sucede acude con un experto en curar enfermos y, por las acciones atinadas de éste, recupera su salud. Si la enfermedad adquirida es incurable, esa persona muere. La persona que enfermó, y fue curada, paga al médico por sus servicios. Si muere, los honorarios los pagan sus familiares.
     En este planteamiento ideal la relación se da entre dos personas: un enfermo y un médico. No intervienen otros miembros de la sociedad, ni se necesita de su intervención. El binomio enfermo-médico es puro.
     Pero la realidad es muy distinta. En toda sociedad existen muchos enfermos. Por tanto, se requiere de muchos médicos. No hay una sola enfermedad, hay muchos tipos de enfermedades que requieren de diferentes tipos de tratamiento y la intervención de diferentes especialistas. Muchos enfermos necesitan ser manejados en instalaciones especiales y ser estudiados con el auxilio de procedimientos que facilitan el diagnóstico. El binomio enfermo-médico deja de ser puro, porque en la relación entre uno y otro intervienen ya diversas y muy disímbolas personas. La medicina Institucional atiende a derechohabientes. La medicina Pública atiende a quienes no están asegurados y no cuentan con recursos para recurrir a la medicina privada. Lo que sucede es que entra en juego la burocracia médica. Se crea un enorme aparato burocrático alrededor del binomio enfermo-médico, y ese aparato burocrático llega a ser más importante que el binomio. La relación entre el paciente Juan Sánchez y el médico Pedro López es aplastada por el aparato burocrático, del cual Pedro López pasa a formar parte.

Cuando usted entra al consultorio para ser atendido por un médico burócrata (me refiero a los buenos médicos burócratas), percibirá en él indiferencia. Muy pocos se mostrarán agresivos, y también muy pocos se mostrarán amables. La indiferencia es una constante, pero no implica, de ninguna manera, que usted será mal atendido. Es posible que el médico casi no lo mire y podría dar la impresión de que no escucha lo que usted le está diciendo. Puede estar seguro que escuchó todo. Le hace pocas preguntas y le practica una exploración que parecería insuficiente. Después le extenderá una receta. Puede darse el caso de que no le recete nada, sino que elabore una orden para exámenes de laboratorio o gabinete, le extienda una orden de internamiento o bien que le dé un pase para que consulte a otro médico. Es posible que la consulta haya durado entre diez y quince minutos.
     A usted no le agrada ese tipo de relación médico-paciente. A él tampoco. Usted esperó dos o tres horas para pasar con él. Durante ese tiempo él se ha pasado dos o tres horas atendiendo a personas como usted, y seguramente seguirá haciéndolo durante las siguientes cuatro horas. Usted y él están desfasados, no se entienden, mejor dicho, ninguno entiende las necesidades sentidas del otro. Usted necesita que lo escuchen, comprendan, reconforten. El médico sabe que debe dar una solución al problema que usted va a plantearle, pero necesita hacerlo de la manera más breve posible. Usted necesita que le dediquen un poco de tiempo, el médico necesita tiempo para atender a todos los que esperan afuera. Usted quiere estar un buen rato en el consultorio, el médico quiere lo contrario. Estamos hablando de un médico que, aunque se muestre indiferente ante usted, tratará de dar una solución profesional a la enfermedad por la cual es consultado. Con frecuencia usted no se percata de que así fue, puede darse el caso, incluso, de que usted no haga caso de sus recomendaciones.
     Si usted presenta cualquier tipo de urgencia, este tipo de médico no lo pasará por alto. Ordenará su internamiento o solicitará una consulta, de inmediato, con un especialista. Pero al médico no le interesa que usted, que consulta por un cuadro de infección intestinal, empiece por contarle que de niño le quitaron las anginas y de joven tuvo una fractura de tobillo. Tampoco le interesará escucharlo decir que la enfermedad que tiene empezó por un coraje que hizo con una vecina rijosa y grosera.
     La relación médico-paciente en la medicina burocrática no tiene nada de ideal. No se puede juzgar con base en planteamientos ideales. Por supuesto que no se puede ni debe aceptar que devenga en una relación irrespetuosa por alguna de las partes, o negligente e ineficaz por parte del médico. En algunos casos se da una buena relación en el sentido de que puede surgir comprensión, confianza, agradecimiento, etcétera. Pero la realidad en la mayoría de los casos es otra: no hay relación médico paciente. Hay consulta de un enfermo a un médico. Y esa consulta debe poner en marcha ciertas acciones que beneficien al enfermo, todas las acciones que sean necesarias. Ni una más, ni una menos.
La gran mayoría de los médicos que usted consulta, particulares o burócratas, se formaron en instituciones médicas burocráticas. ¡Excelentísimas instituciones médicas! No me refiero a las universidades donde cursaron parte de sus estudios porque tales centros de enseñanza no deben considerarse, académicamente, burocráticos, aunque estén repletos de burócratas. Hablo de hospitales en los que los médicos se formaron durante una buena parte de su etapa universitaria y, posteriormente, como médicos generales o como médicos especialistas.
          La incongruencia estriba en que instituciones  médicas burocráticas que son generalmente condenados por su mal trato y servicio, hayan preparado a los grandes médicos del país. Lo que es más, que tales médicos, excelentes,  y que trabajan en tales instituciones, sean muchas veces la causa que origina la condena y el malestar. Pero lo que resulta menos entendible, es que tales centros hospitalarios siguen siendo, sin lugar a dudas, la vanguardia de la medicina mexicana. ¿Qué está sucediendo?
          Como ya vimos, sería demasiado simplista argumentar que el médico está descontento porque considera que no se le paga lo que es justo para el trabajo que desempeña. Esta es una razón muy real, pero que no explica por sí misma el fenómeno ni justifica que un médico preparado se comporte de manera negligente ante un enfermo que lo necesita y que espera de él, por lo menos, capacidad y eficiencia, por no mencionar interés y humanismo: virtudes que han desaparecido poco a poco.
     El médico burócrata común es un neurótico. Entiendo que en nuestro mundo sólo hay dos tipos de personas : los que reconocemos ser  neuróticos y los que creen que no lo son. Para simplificar podemos decir que la neurosis es un estado que surge cuando existe una incongruencia entre nuestro mundo interior (el que imaginamos) y la realidad. Erich Fromm nos dice: “en la neurosis de un individuo podemos tomar como punto de partida el contraste que se nos ofrece entre la persona y su medio ambiente, que suponemos que es ‘normal’”. Esta es una incongruencia ecuménica, eterna e inevitable. Quien la acepta y maneja adecuadamente, o lo intenta, es una persona normal, o, me atrevo a decir, es un neurótico normal, leve, que pasa desapercibido. Pero muchos no aceptan esa incongruencia y entonces hacen, o intentan, algo imposible: luchar contra la realidad; pelear, en el tema que nos ocupa, contra la burocracia a la que pertenecen y de la que son actores principales. Se sienten extraños por esa pertenencia a, y esto tiene un nombre: “enajenación”. Fromm define la enajenación como: “un modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Podría decirse que ha sido enajenado de sí mismo”. Y añade que:  la burocratización es uno de los fenómenos más significativos de una cultura enajenada. Tanto la administración de los grandes negocios como la del gobierno la realiza una burocracia. Los burócratas son especialistas en la administración de cosas y de hombres. Debido a la grandeza del aparato que hay que administrar y a la consiguiente estratificación, la relación de los burócratas con las personas es una relación de enajenación total ... Los burócratas son tan indispensables como las toneladas de papel que se consumen bajo su dirección”.
         ¿Qué hacer ante este panorama que es desalentador? Mi respuesta inmediata es: tolerarlo, adaptarse. Las toneladas de papel que nos rigen no van a disminuir ni a modificarse para bien. La misma burocracia quiere modificarse, pero no puede. El mando lo tienen el contenido de los archivos, de las computadoras, de la papelería infinita que dejaron los muertos y que complican con constancia imperturbable los vivos.

Dr. Ricardo Perera Merino