2012,
TRISTE AÑO VIEJO
Por ahí leí hoy lo que alguien dijo “ayer”: “Pesimista
es un optimista bien informado”. Soy un optimista no tan bien informado de modo
que no comprendo bien a bien por qué estoy escribiendo lo que escribo.
En mi país, México, se está yendo la tarde; la
última del año. Ocaso de 365 días. En otras latitudes se fue ya el año viejo y
llegó el nuevo. Aquí todo tiene apariencia de fiesta: las casas, los rostros,
las tiendas, el cielo naranja recortado por siluetas, la actitud de la gente y
los foquitos multicolores que empiezan a encenderse. Todo mundo está preparado
para festejar el año nuevo.
¿Por qué despedir con fiesta un año viejo y festejar
la llegada de un año nuevo? Por experiencia sabemos que un año nuevo venturoso
es cosa rara, pero además sabemos que en todas partes del mundo y durante todo
el año que termina, y cuyo advenimiento festejamos con esperanza hace doce
meses, hubo violencia, intrigas, envidia, injusticia, someter o ser sometido,
deterioro irresponsable de la Naturaleza hermosa y dadora de vida que nos fue
regalada. No faltaron un par de guerras frías o calientes, en las familias
murió un viejo o tal vez, qué lamentable, un joven o un niño. Se extiende la
corrupción, proliferan los locos que matan escolares con armas que adquieren
con la misma facilidad con que se compran unos binoculares, hay más alcohólicos
y suicidas, más drogadictos y sidosos, más demagogia.
En este momento algunos llenan los comercios y las
playas, otros llenan los hospitales, las agencias funerarias y las cárceles.
Hay pueblos que depositaron artefactos en Júpiter o en Saturno, otros pueblos rascan
pedazos de tierra seca con arados tirados por bueyes flacos. ¿Qué hay de
festejo en todo esto? Festejamos algo malo que se aleja y damos por cierto que
algo bueno se avecina.
¡Feliz año nuevo! diremos todos a las doce y
lanzaremos cohetes al aire. Las varas de los cohetes del año que se va siguen
ahí como basura que quiere decirnos algo que no queremos oír. Festejamos tal
vez la esperanza, y que así sea, de un año nuevo mejor o menos malo. Que
disminuya el terrorismo, el hambre donde la hay, que haya trabajo justamente
remunerado, que haya amor, que se fortalezcan las familias, que se reduzcan los
monopolios, que mejore la educación y que se acaben de una vez por todas los
irresponsables e indolentes, porque lo cierto es que, sea por estar mal
administrados y dirigidos, o por estar habitados por individuos desganados de
trabajo, la mitad de los países de
nuestro planeta come poco, trabaja menos y exige mucho.
Que termine la impunidad a criminales, a sujetos de
la peor ralea que asesinan, secuestran, asaltan, desquician ciudades, pueblos y
aldeas y apelan a sus derechos humanos. Que se queden fuera del juego del
hombre funcionarios públicos temerosos que se doblegan ante la presión de los
malvados y de sus protectores. El derecho humano primordial es el que tienen
los hombres de bien para ser protegidos de quienes los amedrentan con una
pistolita calibre 45 en la cabeza, de quienes los privan de sus pertenencias,
de sus familiares y hasta de su vida. Tal vez por eso nos abrazamos cada 31 de
diciembre a las doce de la noche.
Durante 2012, como antes y siempre, pisoteaste,
humanidad, tus esperanzas. Otro año para ver quién es más poderoso, más rico, más
bello, más “nice”, más consumidor. Otro
año contaminando el bello planeta en que vivimos. ¿Y los valores fundamentales?
¿Dónde queda la honestidad, la lealtad, la humildad maravillosa, el bienestar
del deber cumplido?
Se acaba el año. ¡Enhorabuena! En mi pueblo se
oculta el sol por el poniente. ¿Se ríe, el Sol, de nosotros? No, me da la impresión que enrojece de ira y que
con él enrojece de vergüenza la tarde. El Sol se va pensando, tal vez, que
algún día no saldrá más por el oriente. Ese día no habrá años nuevos para nadie
y se congelará la maldad.
Alcemos las copas y lloremos.
¡Triste año viejo! Son las doce.
Ricardo Perera Merino.
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