miércoles, 2 de enero de 2013

2012, TRISTE AÑO VIEJO

Diciembre 31, 2012


2012, TRISTE AÑO VIEJO

 

Por ahí leí hoy lo que alguien dijo “ayer”: “Pesimista es un optimista bien informado”.  Soy un optimista no tan bien informado de modo que no comprendo bien a bien por qué estoy escribiendo lo que escribo.

En mi país, México, se está yendo la tarde; la última del año. Ocaso de 365 días. En otras latitudes se fue ya el año viejo y llegó el nuevo. Aquí todo tiene apariencia de fiesta: las casas, los rostros, las tiendas, el cielo naranja recortado por siluetas, la actitud de la gente y los foquitos multicolores que empiezan a encenderse. Todo mundo está preparado para festejar el año nuevo.

¿Por qué despedir con fiesta un año viejo y festejar la llegada de un año nuevo? Por experiencia sabemos que un año nuevo venturoso es cosa rara, pero además sabemos que en todas partes del mundo y durante todo el año que termina, y cuyo advenimiento festejamos con esperanza hace doce meses, hubo violencia, intrigas, envidia, injusticia, someter o ser sometido, deterioro irresponsable de la Naturaleza hermosa y dadora de vida que nos fue regalada. No faltaron un par de guerras frías o calientes, en las familias murió un viejo o tal vez, qué lamentable, un joven o un niño. Se extiende la corrupción, proliferan los locos que matan escolares con armas que adquieren con la misma facilidad con que se compran unos binoculares, hay más alcohólicos y suicidas, más drogadictos y sidosos, más demagogia.

En este momento algunos llenan los comercios y las playas, otros llenan los hospitales, las agencias funerarias y las cárceles. Hay pueblos que depositaron artefactos en Júpiter o en Saturno, otros pueblos rascan pedazos de tierra seca con arados tirados por bueyes flacos. ¿Qué hay de festejo en todo esto? Festejamos algo malo que se aleja y damos por cierto que algo bueno se avecina.

¡Feliz año nuevo! diremos todos a las doce y lanzaremos cohetes al aire. Las varas de los cohetes del año que se va siguen ahí como basura que quiere decirnos algo que no queremos oír. Festejamos tal vez la esperanza, y que así sea, de un año nuevo mejor o menos malo. Que disminuya el terrorismo, el hambre donde la hay, que haya trabajo justamente remunerado, que haya amor, que se fortalezcan las familias, que se reduzcan los monopolios, que mejore la educación y que se acaben de una vez por todas los irresponsables e indolentes, porque lo cierto es que, sea por estar mal administrados y dirigidos, o por estar habitados por individuos desganados de trabajo,  la mitad de los países de nuestro planeta come poco, trabaja menos y exige mucho.

Que termine la impunidad a criminales, a sujetos de la peor ralea que asesinan, secuestran, asaltan, desquician ciudades, pueblos y aldeas y apelan a sus derechos humanos. Que se queden fuera del juego del hombre funcionarios públicos temerosos que se doblegan ante la presión de los malvados y de sus protectores. El derecho humano primordial es el que tienen los hombres de bien para ser protegidos de quienes los amedrentan con una pistolita calibre 45 en la cabeza, de quienes los privan de sus pertenencias, de sus familiares y hasta de su vida. Tal vez por eso nos abrazamos cada 31 de diciembre a las doce de la noche.

Durante 2012, como antes y siempre, pisoteaste, humanidad, tus esperanzas. Otro año para ver quién es más poderoso, más rico, más bello, más “nice”, más consumidor. Otro año contaminando el bello planeta en que vivimos. ¿Y los valores fundamentales? ¿Dónde queda la honestidad, la lealtad, la humildad maravillosa, el bienestar del deber cumplido?

Se acaba el año. ¡Enhorabuena! En mi pueblo se oculta el sol por el poniente. ¿Se ríe, el Sol, de nosotros? No,  me da la impresión que enrojece de ira y que con él enrojece de vergüenza la tarde. El Sol se va pensando, tal vez, que algún día no saldrá más por el oriente. Ese día no habrá años nuevos para nadie y se congelará la maldad.

Alcemos las copas y lloremos.

¡Triste año viejo! Son las doce.

 

Ricardo Perera Merino.